Análisis y documentos de historia dominicana

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Génesis remota del poblado de Mao

Por Rafael Darío Herrera


El origen y formación del poblado de Mao, o Maho según la denominación de los indígenas, tradicionalmente se ha explicado como consecuencia de las devastaciones que tuvieron lugar en la isla de Santo Domingo en 1605 y 1606 y que afectaron inicialmente a las poblaciones ubicadas en toda la franja norte de la isla, tales como Puerto Plata, Montecristi, Bayahá, La Yaguana y que luego se extendieron a otras poblaciones situadas en las zonas más orientales, quedando como límite la ciudad de Azua en la parte sur y Santiago en el norte. Este acontecimiento provocó la destrucción de los ingenios azucareros, las estancias, viviendas y haciendas de dichas poblaciones, y por supuesto, los hatos que estaban ubicados al término de la ciudad de Santiago, una gran parte de los cuales estaban ubicados en Mao, que formaba parte, junto a La Vega, Cotuí, San Juan de la Maguana y otros pequeños poblados del hinterland de esa ciudad norteña.
Entre los propietarios de hatos de Mao estaban Francisco Domínguez, Diego Leguizamón (quien era alguacil mayor), Duarte Fernández, Antonio González Berruguete, Domingo del Monte, Diego Lorenzo (regidor), Lorenzo Vicioso, Antonio de Xáquez, Miguel Hernández, etc. (1) Se ha ponderado corrientemente que los habitantes de dichas villas que no acataron los designios de las autoridades coloniales emigraron a otras islas cercanas o se desplazaron hacia el interior de la isla a fin de eludir el rigor de la ley, fundando numerosos hatos y haciendas, algunos de los cuales, se alega, se asentaron en Mao.

Las indagaciones realizadas, sin embargo, permiten plantear el supuesto de que previo a la ejecución de las devastaciones por parte del gobernador Osorio y por disposición de la realeza española, desde mediados del siglo XVI, en el espacio geográfico franqueado por los ríos Yaque del Norte, Mao y Gurabo, ya existía un conglomerado humano compuesto por hateros libres y esclavos, consagrados a la crianza libre de ganado, actividad que era el principal medio productivo de la época.(2) Hasta por los nombres de los lugares en que se hallaban los hatos y haciendas se puede determinar que correspondían a la demarcación geográfica de Mao. Algunos de ellos eran Hima Magao, Jaimón, Maho, Los Ojos del Agua, Aminilla, etc. Luego de las devastaciones, en Santiago quedaron 30 hatos, de los cuales 3 eran ovinos. Los hatos ubicados en las comunidades de Jaimón (actual Jaibón), Guayacanes, Pontón y Amina también fueron trasladados hacia lugares cercanos a La Vega, Boyá, Santiago y Cotuí.(3)

De acuerdo con una relación que data de febrero de 1606, los hatos que existían en Mao y sus alrededores poseían más de 7 mil reses. Pero además, en la relación de vecinos y moradores de la ciudad de Santiago se encontraban varias personas residentes en el sitio de Mao, como Cristóbal Martínez, Juan Fernández, Juan López, etc. Por lo regular en esa época los dueños de los grandes hatos residían en los centros urbanos de mayor dimensión, en este caso Santiago, contrario a los propietarios de las pequeñas unidades hateras que residían junto a sus hatos. Luego de las devastaciones, la banda norte de la colonia de Santo Domingo quedó virtualmente despoblada, hasta el punto que posteriormente se precisó, como se sabe, importar gente desde las Islas Canarias.(4) A juzgar por las descripciones y calificativos empleados por los viajeros que transitaron por la isla en los siglos XVIII y XIX, la espaciada franja entre Santiago y Montecristi, al igual que la mayor parte del país, quedó desolada durante largos años a consecuencia de los estragos de las devastaciones.

Uno de estos viajeros, el cronista martiniqueño, M. L. Moreau de Saint Mery, no dio cuenta de la existencia de población en el referido espacio y mucho menos en la zona de Mao, la cual ubica dentro del perímetro de la Sabana Sin Provecho, situada según sus palabras, después que se franqueaba el río Ámina, en un “bosque que tiene como una legua y tres cuartos y poco más o menos en su mitad serpentea el río Mao, que siempre tiene agua”. (5) También William Gabb, geólogo norteamericano que exploró el área supraindicada en 1871, refiere que este territorio, luego del “transcurso de casi cuatro siglos... permanece casi en su estado primitivo, ofreciendo muy pocos indicios de estar ocupada por seres humanos. El viajero, al abandonar el camino real puede extrañar la presencia de “alma viviente”; podría andar en distintas direcciones, durante días enteros y sólo encontraría una que otra choza en el curso de sus incursiones”. (6)

Ya en el siglo XVII, Sánchez Valverde ofrece una descripción más precisa de este inmenso espacio. Refiere que en “la inmensa distancia y despoblado” que tiene Santiago por su lado oeste, hasta Dajabón y Montecristi, “hay innumerables rancherías de gentes pobres que viven de la montería, y quatro animales domésticos, los quales pasan el año sin ver las Capitales al modo de los primeros Indios”.(7) Con el discurrir del tiempo, como se sabe, estas tierras fueron recolonizadas por los franceses y españoles, quienes las cultivaron y las poblaron de esclavos. Los recursos naturales que manejaron estos primeros habitantes eran muy abundantes. El río Maho, por ejemplo, que de acuerdo con la descripción del Padre de Las Casas, Saint Mery y Hazard, estaba dotado de una corriente de agua poderosa, con sus márgenes cubiertos de bosques elevados y frondosos, constituyó la principal fuente de abastecimiento de agua para los primeros pobladores de la pequeña aldea de Mao, que probablemente formaba parte del conjunto de rancherías que describe Sánchez Valverde.

Ulteriormente, las encarnizadas disputas entre franceses y españoles dieron lugar a la fijación de una demarcación fronteriza en el curso del siglo XVIII a lo largo del río Dajabón, lo que forzó a las autoridades españolas a levantar nuevos pueblos en los perímetros fronterizos. Estos pueblos fueron Bánica, Montecristi, Dajabón, Hincha y Las Caobas. Entre éstos y los restantes pueblos “viejos” como Santiago quedó un significativo espacio cubierto por bosque seco -plantas xerófilas- en la parte noroccidental y bosque húmedo en las estribaciones de la Cordillera Central. Empero, la reducida población y la pobreza dificultaron durante varios siglos la colonización interna del Despoblado de Santiago, a pesar de que en esta zona había grandes sabanas y pastos que hacían posible la ganadería, actividad que continuó siendo significativa durante los siglos subsiguientes a las devastaciones. En la década de 1780, por ejemplo, en Santiago (hasta Mao) había un total de 257 hatos, cifra que no incluye los hatillos existentes en la época. (8)

1 Sobre la orden de traslado de los hatos puede consultarse a Marino Incháustegui, Historia dominicana, t. II, Ciudad Trujillo, p. 192. También Américo Lugo, Historia de Santo Domingo, p. 172.

2 Uno de los primeros en postular esta tesis fue Vicente Tolentino, Historia de la división territorial, 1492 – 1944.

3 Relación que hace el escribano Gaspar de Azpichueta de los hatos que había en la banda norte y hacia donde fueron trasladados con sus dueños, Santo Domingo, 5 de octubre de 1606, Archivo General de Indias (AGI), Santo Domingo, 72, documento 5.

4 Cfr. Carlos E. Deive, Las emigraciones canarias a Santo Domingo, siglos XVII y XVIII, Santo Domingo, 1991.

5 M. L. Moreau de Saint Mery, Descripción de la parte Española de Santo Domingo, pp. 233-234. De los datos que ofrece este autor se puede inferir que la comunidad de Ámina fue fundada en 1873.

6 Citado por N. Alberty, Apuntes para la prehistoria de Quisqueya, p. 137. En los mismos términos se expresa Eugenio M. de Hostos, Páginas dominicanas, Santo Domingo, 1979, p. 131.

7 Ibíd.

8 Roberto Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, t. I, Santo Domingo, 1989, p. 131.

1 comentario:

  1. me iluminaste mi masa senfalica con este articulo tan interesante, e de decir que me ampliaste mis conocimientos historicos de nuestro querido MAHO y sus poblaciones aledanas, gracias mil por tan cuantiosa historia.

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