Por Rafael Darío Herrera (1)
En el derrocamiento de la tiranía de Trujillo concurrieron diversas fuerzas sociales tales como los miembros de la burocracia militar, grupos de la sociedad civil sin vínculos con ningún esquema orgánico y también el poder imperial estadounidense, el cual al percatarse del inminente derrumbe de la dictadura trató de impedir a ultranza la repetición de la experiencia cubana.
Desde los inicios, la dictadura Trujillo había contado con el respaldo irrestricto de los Estados Unidos, pues como parte de la estrategia política de la guerra fría, iniciada después de la Segunda Guerra Mundial, los gobernantes de ese país decidieron apoyar a los dictadores latinoamericanos, y sobre todo a Trujillo, personaje configurado por ellos mismos entre 1916-1918, y quien se autocalificó como “campeón del anticomunismo”. Sin embargo, a raíz del triunfo de la revolución cubana el presidente Dwight D. Eisenhower modificó la directriz de su política exterior para favorecer a las democracias y hostigar a los regímenes totalitarios. Esta decisión colocó a los estadounidenses frente a un dilema hamletiano a raíz del desmoronamiento del gobierno totalitario de Trujillo.
Cuando los Estados Unidos percibieron el ocaso del régimen activaron todos sus organismos de seguridad, en particular a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), establecida en República Dominicana desde 1955, luego de la visita del vicepresidente Richard Nixon, la cual ocupó la antigua demarcación del FBI, que abarcaba todo el área del Caribe, y se designó al señor Lear B. Reed como director de la misma. A partir de 1958 Reed empezó a colaborar con los disidentes que tramaban la liquidación física del déspota.
Cuando se empezó a urdir la estrategia para finiquitar la dictadura trujillista, en los primeros meses de 1960, por la protección que los estadounidenses le dispensaron al régimen a lo largo de treinta años se encontraron prácticamente aislados, pues el segundo pilar del régimen, la iglesia católica, se había distanciado con la publicación de la célebre Carta Pastoral el 31 de enero de ese año, en la que denunciaban la represión del régimen y reclamaban el respeto a derechos ciudadanos básicos (a la vida, a la buena fama, al trabajo, al comercio, a la emigración) y demandaron evitar los “excesos”.
Como lo revela la documentación disponible, en principio a la CIA solo le interesaba mantenerse informada sobre los distintos planes que se fraguaban contra Trujillo, tarea en lo cual no empleaba personas de la Embajada sino a norteamericanos residentes en el país pues carecían de contactos con los diplomáticos. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) comenzó a indagar sobre los posibles sustitutos de Trujillo y a buscar elementos disidentes dentro de las Fuerzas Armadas dispuestos a involucrarse en una acción contra el dictador, para lo cual se sugirió la designación de agregados en el Ejército y la Fuerza Aérea.
En principio se sopesó la posibilidad de proporcionar una salida pacífica a la dictadura vía la democratización del régimen, el abandono voluntario del poder por parte de Trujillo y su salida al exterior junto a su familia, labor en la que mediaron al senador George Smathers del estado de la Florida, William Pawley, empresario amigo de Trujillo, y Flor de Oro, su hija, pero el tirano rechazó enconadamente todas estas sugerencias.
Estas negativas llenaron de escepticismo al embajador en el país, Joseph F. Farland, quien planteó que la dictadura había evolucionado hacia un punto sin retorno y definía la situación de la misma como “espantosa” e “irracional”, a lo cual se sumaba la presión de los países democráticos latinoamericanos (Venezuela, Costa Rica, Puerto Rico), los ataques de la prensa norteamericana (The New York Times, Washington Post, etc.), etc. Por esta razón, constituía un imperativo la transformación de las relaciones gubernamentales de su país. Concluía que solo con una “destreza maquiavélica” se podía solucionar dicha crisis y solicitaba la intervención de la CIA para derrocar a Trujillo.
A partir de mayo de 1960 se suscitaron numerosos conflictos entre los Estados Unidos y Trujillo. En este mismo mes, el dictador demandó el retiro del país de Carl Davis, encargado de comunicaciones de la Embajada, bajo el alegato de que este proporcionó “informaciones ofensivas” sobre la República Dominicana a un periodista británico. Posteriormente, y por las presiones del tirano, se retiró del país el embajador Farland, a quien Trujillo le jugó una trapisonda para impedir que los miembros del cuerpo diplomático acreditados en el país lo despidieran en el aeropuerto, como se estilaba en el mundo diplomático.
Antes de salir del país Farland había logrado relacionarse con varios disidentes antitrujillistas como Juan Bautista Vicini (Gianni), Dr. Jordi Brossa, Lorenzo Berry (Wimpy) y Thomas Stocker, a quienes presentó a Henry Dearborn, agregado Comercial. Por su parte, el jefe de la CIA confrontaba dificultades para contactar a los disidentes ya que se hallaba vigilado continuamente por el aparato de espionaje de la dictadura, especialmente por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Reed, a quien Bernard Diederich describe como de elevada estatura y escaso dominio del castellano, estableció vínculos con Simon Thomas Stocker (“Héctor”), comerciante norteamericano propietario de una ferretería, quien mantenía relaciones a su vez con Ángel Severo Cabral.
De acuerdo con Diederich, en 1958 Reed conocía de los aprestos para eliminar a Trujillo en el hipódromo Perla Antillana, aunque en ese momento el interés de este se hallaba centrado en mantenerse enterado de la dinámica de los movimientos de oposición. Los contactos con los desafectos antritrujillistas los continuó Henry Dearborn ya que Reed cayó en desgracia con Trujillo y la oposición lo veía con desconfianza. En el nuevo contexto la CIA tenía la determinación de apoyar moral y económicamente a los opositores al régimen.
Desde abril de 1960 la CIA identificó a los militares dispuestos a rebelarse, en especial a Juan Tomás Díaz, el más prominente del grupo pero a quien la satrapía retiró del servicio militar activo al mes siguiente. En mayo la CIA instaló una emisora en la isla de Swan, ubicada al sur de Cuba, para lanzar ataques contra Trujillo y Fidel Castro. Las grabaciones se realizaban en una casa ubicada en New Jersey, facilitada por la CIA, y como responsable de la programación fungió el pintor dominicano Enrique Cánepa (Tito). El tirano contraatacó entonces con la apertura de Radio Caribe, bajo la dirección del pérfido Johnny Abbes y el SIM, en la que difundía propaganda política contra la iglesia católica, los norteamericanos y para mortificar a los Estados Unidos a veces lanzaba ditirambos a Fidel Castro y a la Unión Soviética.
Los conflictos con los Estados Unidos se agudizaron en julio de 1960 cuando el gobierno norteamericano no le asignó al país la cuota azucarera retirada a Cuba, lo cual interpretó Trujillo como una nueva agresión. A los pocos días la Organización de Estados Americanos (OEA) condenó al gobierno dominicano por intentar asesinar al presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, y todos los Estados miembros de la entidad decidieron la ruptura de relaciones diplomáticas con la República Dominicana y la imposición de sanciones económicas. Los grupos que tramaban la eliminación física del tirano, el de Antonio de la Maza y el de Antonio Imbert, se hallaban persuadidos de que estas penalizaciones provocarían el derrumbe automático del régimen.
Entretanto, la CIA trabajaba de manera intensa y en octubre planeaba entregar a los grupos antitrujillistas cerca de trescientos rifles, pistolas, municiones y granadas las cuales se depositarían en la costa sur del país en las proximidades de Santo Domingo. Aunque en este mismo mes Trujillo presionó para provocar la salida del jefe de la CIA, Lear B. Reed.
El asesinato de las hermanas Mirabal representó un acicate para los grupos opositores a la tiranía que se hallaban sumidos en la modorra, aunque confrontaron dificultades en sus relaciones con la CIA por el rechazo de esta a la solicitud de entrega de armas que le formularon. Uno de los conspiradores, Gianni Vicini se entrevistó con la CIA mientras Stocker informó a la Agencia la insatisfacción de los opositores y demandó un encuentro con esta. Pero la causa fundamental del enfriamiento de las relaciones con la entidad yacía en el desinterés de los Estados Unidos para derrocar a Trujillo por el temor al caos que generaría y a la instauración de un régimen de izquierda, posición que modificaron posteriormente.
Por esta razón la Agencia mantuvo contactos clandestinos para conocer si los grupos opositores poseían vínculos con otras fuerzas políticas. En enero de 1961 la OEA impuso sanciones económicas a la dictadura y Trujillo replicó con un piquete frente al consulado estadounidense para requerir la salida del país de Henry Dearborn, jefe de la estación de la CIA. Le sucedió en el cargo Bob Owen quien formalmente ocupaba el cargo de agregado comercial.
De acuerdo con los documentos que se han divulgado, la CIA confrontó graves dificultades para operar en el país en los meses previos al asesinato de Trujillo por la solidez y eficacia de los aparatos coercitivos al servicio de la tiranía así como por la ausencia de relaciones diplomáticas. No obstante estas restricciones la Agencia logró articularse con los más activos opositores de la dictadura. La capacidad de maquinación de Trujillo alcanzó tal magnitud que llegó a colocar cabilderos cercanos al presidente Kennedy que operaban al margen de la CIA y del Departamento de Estado para bloquear las iniciativas contra su régimen.
En marzo de 1961 la CIA sugirió el envío de cinco metralletas para asesinar a Trujillo en casa de su amante, además de autorizar la remisión de tres pistolas por la valija diplomática. De igual modo, Owen gestionó la entrega de tres carabinas utilizadas anteriormente por la misión naval de la Embajada.
Un acontecimiento relevante para eliminar a Trujillo lo representó la unificación de los dos principales grupos que participaban en la trama liquidacionista. Pocos días antes del asesinato de Trujillo el grupo de Antonio de la Maza recibió pistolas, tres ametralladoras M-1 y municiones, aunque tras el fracaso de la invasión de bahía de Cochinos en Cuba, la CIA negó la entrega de otras armas, lo cual no perturbó los planes de los grupos antitrujillistas. Es preciso aclarar que la contribución de la CIA no se limitó a la entrega de armas sino también dispensar apoyo moral y recursos materiales a los grupos en el exilio.
Ante la inminencia del asesinato de Trujillo el Departamento de Estado preparó un documento en el que establecía la necesidad de vincularse con la aniquilación del régimen autocrático a fin de mantener la credibilidad entre los disidentes y el movimiento liberal en Latinoamérica pero sin que dieran indicios de intervención de los Estados Unidos. Para eliminar las huellas de la participación de la CIA en todo el proceso, el jefe de la Agencia sugirió el retiro del país de todo el personal de la misma involucrado en el crimen.
De las diez armas de fuego empleadas la noche del 30 de mayo para liquidar a Trujillo cinco las aportó la CIA. Las carabinas Garant M-1 las portaron Antonio de la Maza, Amado García Guerrero y Pedro Livio Cedeño; el grupo empleó además dos pistolas Smith & Wesson, calibre 9 mm.
(1) Historiador y educador. Realizó estudios de filosofía y sociología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), centro en el cual cursó también una maestría en ciencias sociales e imparte docencia desde 1997. Es académico correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia y ha publicado Montecristi. Entre campeches y bananos, Revueltas y caudillismo. Desiderio Arias frente a Trujillo, Américo Lugo en Patria, Fabio Fiallo en Bandera Libre, Emiliano Tejera: Paradigma de patriotismo e integridad moral, Américo Lugo, el historiador erudito, La desocupación norteamericana de 1924 vista por Américo Lugo, entre otros.
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