Análisis y documentos de historia dominicana

sábado, 14 de febrero de 2015

Mao: Venero de riqueza. Primera parte

Numas Ramírez hijo
La Información, 12 de marzo, 1938.
I
A manera de introito

Esta serie de artículos, con los cuales nos proponemos dar a conocer el desenvolvimiento de la hoy próspera común de Valverde, en sus diversos aspecto y actividades, va dedicada a los hombres de buena voluntad, a los corazones nobles y agradecidos de todos los maeños, para quienes la historia de nuestro progreso no podrá escribirse sin la confesión leal y sincera de que todo cuanto somos y cuanto seremos en el futuro espléndido de la República lo debemos exclusivamente al genial mandatario que desde la atalaya de su fe y de su patriotismo vislumbró el milagro de las espigas en nuestras caldeadas llanuras, estudió nuestros problemas vitales y –nuevo Redentor de pueblos-, tendió su mano taumaturga sobre el dolor de nuestro desamparo para decirnos: LEVANTAOS Y ANDAD”.

Pretendemos también, por este medio hacer un llamamiento a los espíritus obcecados, negados a la realidad de la hora presente, para que meditando serena y desapasionadamente, convengan con nosotros en que la obra de construcción y renovación llevada a cabo por el presidente Trujillo para engrandecimiento y prosperidad de todas y cada una de las regiones del país, ni tiene semejanza en el pasado ni la tendrá en el futuro. Por eso Él, y solo Él, deberá ser en todo tiempo nuestro mentor y guía.

Un poco de historia

Situada al extremo este de una espléndida altiplanicie que, bordeada al norte por el río Yaque, al este por el río Mao, al sur por las lomas de Damajagua y al oeste por el arroyo Gurabo, desciende insensiblemente hacia el norte y el oeste para formar una privilegiada zona de riego, de aproximadamente cien mil tareas, a la cual debería su futura prosperidad, la riente vida que la poética fantasía habría de bautizar años más tarde con los sugerentes nombres de “Villa de los atardeceres o Villa de los canales y las espigas de oro”, vivió durante décadas la opulencia de sus crepúsculos incomparables, la paz eglógica de sus tranquilos días, arrullada por la música eterna de su río, ignorada, alejada del bullicio con que la civilización llamaba a sus puertas a medida que la cabecera de la provincia iba convirtiéndose en vigoroso y febril centro de actividad al conjuro renovador de los nuevos tiempos.

Para sus moradores, gente sana, afable y sencilla, la vida dividíase entre el cuidado de sus ricos hatos, donde multiplicábanse a centenares las cabezas de ganado, y el cultivo rutinario del secano conuco cuyos frutos contribuían al sustento de la familia. Todavía la paz aldeana no había sido violada por el ruido del motor de automóvil, vehículo de civilización al para que de seria preocupación para la economía de más de un padre de familia.

A solo cincuenta y dos kilómetros de la cabecera provincial, falta de buenas vías de comunicación, entregada a la indolencia de su vida sin ideal parecería que por siglo había de retardarse la hora en que Mao debería incorporarse al movimiento civilizador que imponía ya sus prerrogativas en casi todo el territorio de la República.

Las guerras intestinas, con su secuela de robos, pillajes y contribuciones forzosas a los propietarios, de una parte, y las asoladoras y frecuentes sequías que como bíblico castigo desatáronse sobre la común, mermaron de tal la riqueza ganadera y su incipiente agricultura, que el hambre y la miseria más desconsoladora pusieron sus trágicas muecas en todos los hogares, obligando a gran número de familias a emigrar a otras regiones para buscar en medios más propicios el pan que la impiedad de la naturaleza y la obra de los eternos revolucionarios le había arrebatado.

II
14 de marzo, 1938.
Pese a los ensayos de riego que en el año 1918, y más tarde en el 1922, lleváronse a cabo en la común, los cuales requirieron un esfuerzo económico que produjo la ruina completa a la mayor parte de sus iniciadores, el lamentable éxodo de las familias continuaba de modo tan alarmante que en numerosas, y antes pobladas secciones, podían contarse con los dedos de la mano las pocas familias que aun resistían allí el flagelo de la miseria.

Llegamos así, sin un síntoma alentador, al año 1924, en cuyo discurrir inicia su gestión administrativa aquel triste Gobierno en que la ciudadanía cifró tantas esperanzas rehabilitadoras como promesas había mentido, durante un cuarto de siglo, el tan cacareado paladín de las reformas. Y Mao, que por el excesivo esfuerzo de sus hijos, y a los constantes reclamos de progreso, había experimentado ya los primeros sacudimientos en su tradicional apatía; Mao, que a esa fecha habíase convertido en baluarte del horacismo y que dio el aporte de la casi totalidad de sus electores al triunfo de la candidatura de la célebre Alianza, Mao creyó llegada la hora en que serían recompensados sus esfuerzos y sus luchas por aquella causa que fue por largos y sangrientos años cebo de incautos, y que en el futuro sería tan solo triste osario de esperanzas.

Y aquel desgobierno que en seis vergonzosos años dilapidó ochenta y seis millones de pesos, que solo tuvo alientos para establecer en la República el más desvergonzado mercantilismo político, poniendo a subasta el deshonor de muchos jefezuelos y mal llamados hombres públicos; aquel desgobierno burlador de todas las promesas, ante las reiteradas exigencias de sus partidarios maeños, interesados en resolver su más urgente necesidad pública: la de un sólido puente que sobre el dorso del río Yaque asegurara en rápido y seguro tráfico para el intercambio comercial con los mercados del Cibao, especialmente; esa administración sin paralelo en los anales del despilfarro y del fraude, dispuesto al fin la erección del puente sobre el Yaque, pero qué puente: un armatoste de madera en cuya construcción se gastaron (al público decir) cerca de $20,000; ridículo obra que no requería una inversión mayor de $3,000 dólares, según cálculo autorizado de un competente ingeniero extranjero. Y el puente de marras no pudo resistir la primera avenida del Yaque. Menos mal que su desaparición libró a Mao de la humillación que para sus empeños horacistas constituía la existencia de aquel adefesio.

Así desapareció la única obra realizada por gobierno alguno en beneficio de una región que por su privilegiada situación topográfica, por sus posibilidades de riego, por la laboriosidad de sus hijos, y por cuanto ella podía ser factor valiosísimo en el futuro de todas las actividades productoras de riqueza, convirtiéndose de ese modo en útil contribuyente del erario; por todo eso, repetimos, era acreedora a la más decidida y efectiva protección oficial.

III

Nuevos horizontes
16 de marzo, 1938.

Como fúlgida aurora de entre las sombras en derrota, de entre las ruinas de todos los ideales que la ignorancia estúpida y cobarde había sacrificado a través de todos nuestros anteriores gobiernos, abrazado al escudo de la República, ansioso de alcanzar para ella la mayor suma de gloria, pleno de fe en sus destino histórico, templando so espíritu en la disciplina del cuartel en donde aprendió enseñando que solo un rígido y severo encauzamiento de las disgregadas fuerzas del bien, en una suma de voluntades orientadoras, podrían obrar el milagro de la salvación nacional, Rafael Leonidas Trujillo Molina surgió al palenque de la vida pública.

La firmeza de su palabra mesiánica, el fulgor de su mirada aquilina, en la cual parece reflejarse en todo momento la imagen de la Patria: su novia eterna, la marcialidad de su figura apuesta y vigorosa, dieron la medida del gobernante que reclamaba el supremo instante que vivíamos; y su nombre vibró de boca en boca como símbolo y bandera de redención y gloria.

Así surgió Trujillo a la presidencia de la República, en la más abrumadora elección que registran nuestros cívicos anales; no para ser en el solio una figura decorativa ni un presidente más, sino para ser brazo, cerebro y corazón que habrían de forjar, a golpes de buena voluntad, de brega infatigable y de dirección inteligente, la Patria verdadera, la que solo pudo soñar aquel varón inmaculado que fue Juan Pablo Duarte, su único émulo en el amor a la República y en el desprendimiento patriótico.

Y Mao, por cuyas llanuras incendiadas de sol, propicios tan solo a la cambronera y al cactus bravío, inició el Caudillo infatigable su primera recorrida a través de todo el territorio nacional, con el patriótico fin de palpar y estudiar de cerca las necesidades de cada región; Mao, que antaño fuera refugio de tantos politiqueros holgazanes y engreídos, tuvo el presentimiento de la realidad magnífica que Trujillo sería para sus futuros destinos, y para los destinos de Patria, y se dio a él sin vacilaciones, sin prejuicios, con la serena convicción de que para ella había marcado el cuadrante del tiempo la hora de su rehabilitación.

Y aquella fe que le inspira el héroe, que no sabía formular promesas como los líderes antiguos, sino que sabe de la realidad del puente, del canal de riego, de la escuela, del templo, de la vía de comunicación, de la seguridad del puerto, de ensanchar la tierra, de reconstruir ciudades, de fundar pueblos, y de insuflar optimismo sano y generoso capaz de remover un mundo, esa fe había de ser palanca formidable a cuyo empuje derribados serían los viejos resabios que hicieron de Mao campo propicio para la rebelión absurda y suicida.

Diez meses más tarde el primer puente colgante de las Antillas, primera gema maravillosa engarzada por Trujillo en la diadema de obras con que su genio de estadista y visionario haría de Mao la Arcadia dominicana, diez meses más tarde, repetimos, la maravilla del puente San Rafael impónese a la admiración de la República para ser pedestal airoso del resurgimiento de la región que al fundir su existencia y su destino al del héroe incomparable contempla, orgullosa, cómo iba él estelando su ruta de viajero incansable con rosas de gratitud en cada una de sus maravillosas realizaciones, para ganar la eterna devoción de su pueblo y la gloria de su consagración en el Olimpo.

Y cuando Mao creía más que satisfechas, superadas, sus aspiraciones con la adquisición de una obra de tal magnitud, he aquí que una tras otra, como frutos de un sabio programa de mejoramiento integral, concebido y ejecutado con la seguridad del matemático que resuelve un problema de alta trascendencia, surgen como un cuento miliunanochesco , estas valiosas obras: construcción de dieciocho kilómetros de moderna y sólida carretera, desde la Duarte hasta Mao, vía Esperanza; construcción de un bello tramos de carretera entre el puente San Rafael y la carretera Duarte, pasando por Guayacanes; construcción de la carretera Mao-Guayubín y Sabaneta, cuyo primer tramo hasta Gurabo Afuera está completamente terminado; construcción de la granja escuela San Rafael; construcción del canal de riego Mao-Gurabo Afuera con una extensión de 20 kilómetros; construcción del monumental canal de riego Herradura-Ámina, con un largo de cuarenta y cinco kilómetros; construcción de dos utilísimas barcas sobre el río Yaque: una en el Paso del Coco y otra en el Paso del Remate; establecimiento de una gran colonia agrícola en Jaibón; reparto de tierras a los campesinos pobres; creación de numerosas escuelas en toda la común; construcción de la línea telefónica Herradura-Ámina, etc.

En subsiguientes artículos estudiaremos la importancia de cada una de estas obras y el alcance que muchas de ellas han tenido, y que otras tendrán en el desarrollo de la riqueza regional y en el mejoramiento social de nuestro medio.

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