Por Manuel Rodríguez Objío
La Cuna de América, año VIII, febrero de 1920.
Nota: En la publicación de este artículo se ha respetado la ortografía del autor
El 27 de Febrero de 1844, un joven que vivía errante y proscrito por el Gobierno haitiano, y cuyos funerales se habían celebrado, apareció ante sus conciudadanos llamándolos a las armas. DIOS, PATRIA Y LIBERTAD fueron sus gritos de guerra, y su heroica divisa el pabellón cruzado. Los dominicanos correspondieron a este alerta sublime con todo el entusiasmo del patriotismo, y una nueva estrella republicana brilló en los cielos de la América. ¿Queréis saber cuál fue aquel ángel redentor del pueblo dominicano? El proscrito, el errante: el joven Francisco Sánchez.
Cuatro meses de gloria y aura popular fueron bastante para que se fraguasen en el yunque del crimen los eslabones de esa larga cadena de infortunios que solo pudo quebrantar en la tumba.
En el mes de Setiembre del mismo año 44 recogieron en Dublin, en una casa de beneficencia, un náufrago desconocido. Había un joven hispano americano, de sangre mestiza, como todos los hijos de Sud América: su apostura era elegante, sus manera corteses, su conversación fácil y amena; por la mirada, Oconell habría descubierto el jenio del patriotismo cubierto con los harapos de la mendicidad. ¿Queréis conocer aquel náufrago infortunado? Era el joven proscrito Francisco Sánchez.