domingo, 22 de febrero de 2015

Máximo Gómez, hombre de amor

Por Emilio Rodríguez Demorizi
La Información, 17 de diciembre, 1938.

El héroe de las espantosas cargas al machete; el alma recia que sembraba la muerte y la desolación en busca de libertad; la mano áspera que sujeta con igual firmeza las bridas del corcel o la empuñadura de la espada; eran, sin embargo, prontos a la ternura y la caricia.

En Máximo Gómez el amor era una honda y exquisita religión; maravillaba verla surgir de aquel espíritu que solo parecía forjado para las tempestades de la guerra.
General Máximo Gómez

Amaba con ardor y vehemencia, mas con aquella suavidad que era en todos sus cariños como un sentimiento paternal. Por eso, la esposa lo llama “mi padre”; las hijas, decía Martí, “lo miran como a un novio”. Los hijos están en la parte más alta de su corazón. A las hermanas las quiere con pasión que es de hijo y de hermano al mismo tiempo. Sus amigos son también sus hermanos.

Para el soldado, el amor de los cubanos estaba por encima de toda aspiración de gloria. Al terminar, la guerra, cuando ya están segados para su frente los laureles del vencedor, exclama: “A mi edad, y soy muy viejo, no tengo que ambicionar lauros. Y por lo poco que he hecho en bien de este país, he visto realizada mi mayor gloria, mi más caro ensueño; el ser muy querido de los cubanos”.

De esa opacidad de amar nacieron sus singularidades aptitudes de dominador. Amar es vencer. Sin esta condición que fue innata virtud en Máximo Gómez, la obra de Martí habría sido muy pobre e imperfecta.

Martí era un rebelde que solo blandía un arma, noble y poderosa: la palabra encendida de amor.

Máximo Gómez era un guerrero que no confiaba únicamente en la energía de su brazo, ni en su eficacia de estratega, sino también en su ascendiente espiritual sobre las huestes que miraban en él a un padre! tan tosco y recto como sensible y amoroso.

Sorprende la afinidad psíquica que hay entre estos hombres, a pesar de la aparente distancia que los separa. Máximo Gómez fue el más fácil ejecutor de las ideas políticas de Martí. No lo fueron los discípulos del Maestro, ni quien, a su muerte lo sustituyó en la dirección civil de la revolución. Estrada Palma, el maestro del Central Valley, no obstante su apostolado, tiene menos de Martí que el héroe de Palo Seco. Faltábale aquella vehemencia necesaria para asimilar con toda su fuerza e intensidad un gran sentimiento o un grande ideal. Le faltaba lo que le sobraba a Máximo Gómez y en Martí, en esos corazones llenos de patrias: capacidad de amar.

En las cartas íntimas del viejo soldado florecen las mejores prendas de su emotividad. En ellas, entre las rudas cosas de la guerra y la trascendental exposición de sus principios y determinaciones, expresaba conmovido sus amores. Era un hombre de amor.

Y al hombre que se conoce por su espada, que también se conozca por su corazón.

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