Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Dominicana de la Historia.
Versión ampliada de la conferencia pronunciada en el salón de actos de la Academia Dominicana de la Historia, en la noche del miércoles 25 de octubre de 2017, en ocasión de cumplirse ocho décadas de la masacre de haitianos realizada por el dictador Trujillo.
Publicado en CLÍO, año 86, No. 194. Julio-diciembre de 2017.
Después de las guerras domínico-haitianas de 1844-1855 una gran franja de la frontera domínico-haitiana permaneció en estado de abandono y, de manera paulatina, en ella se asentó un significativo conglomerado humano conformado inicialmente por campesinos dominicanos, los cuales con el discurrir del tiempo se mezclaron con inmigrantes haitianos, dando origen a una población binacional. Por la secular atomización del poder, durante largos años este particular entorno étnico y bicultural permaneció al margen de los mecanismos regulatorios estatales, aunque si llamó la atención a las autoridades haitianas, pues en 1875 comisionaron al agrimensor Joseph Naray para levantar planos de dichos terrenos, según un Informe de 1927 elaborado por el Lic. José R. Cordero Infante (Pilino), consultor jurídico de la Secretaría de Estado de Agricultura y Migración, quien también informó que, en 1881, el general Benito Monción, gobernador del Distrito Marítimo de Montecristi, cobraba dos pesos anuales en moneda haitiana por cada conuco instalado en el ámbito bajo su mando.
Entre 1874 y 1929 los gobiernos de República Dominicana y Haití firmaron un tratado fronterizo orientado a esclarecer los límites, pero las constantes desavenencias diplomáticas impidieron su cristalización. Mientras se discutían los límites fronterizos, se incrementaba la población residente que allí residía. La cantidad de campesinos haitianos y domínico- haitianos asentados en el territorio dominicano causó preocupación en algunos intelectuales y habitantes fronterizos. En 1884, por ejemplo, el progresista intelectual Pedro Francisco Bonó, resaltó el contraste entre el Cibao, en cuya población no obró “la mala predicación de falsas doctrinas”, y los pueblos fronterizos del Sur que estaban expuestos a la desnacionalización, pues tenían:
“[...] el contratiempo de la atracción haitiana cuya industria, propiedad, cambios, fuertemente incrustados en los suyos, los atraen con halagos positivos e incesantes y los alejan paulatinamente de su centro natural que descuida enlazarlos y atraerlos. Esta situación anómala, indefinida, los expone a una invasión perenne y progresiva de población extranjera que hace desfallecer cada día más el elemento dominicano, el cual, desarmado y exhausto desaparecerá por completo de esa región, y quedará refundido en el haitiano tan pronto pueda Haití salir de la anarquía que la devora”.<a id= "footnote-1-ref" href=# footnote-1"><sup>1</sup></a>
En 1907 Américo Lugo utilizó criterios medularmente racistas para calificar esta población fronteriza y resaltó la “africanización de la frontera”, un espacio donde no se conocían “los principios, deberes y derechos” y las instituciones del Estado tenían una restringida influencia, pues en la mayoría de aquellas gentes “no tienen eficaz imperio ni la ley ni las autoridades”. Por su estado de “ignorancia y salvajismo”, esta población, dominada además por “horribles creencias supersticiosas”, se hallaba inhabilitada para comprender lo que era la ley y peor aún era imposible establecer “si son efectivamente dominicanos por hallarse completamente haitianizados y ni siquiera haitianizados sino africanizados”. En 1927 el entonces joven intelectual santiagués Joaquín Balaguer también manejó la tesis del peligro que representaba lo que denominó “el imperialismo haitiano”, en particular el componente africano: “El sueño de la isla una e indivisible es una pesadilla que ha echado ya hondísimas raíces en el África tenebrosa de la conciencia nacional haitiana”.
Aunque no existen estadísticas confiables, se tienen evidencias de la presencia de la mano obra haitiana en la República Dominicana desde los años finales del siglo XIX. De ahí que algunos gobernantes se empeñaron en definir con diafanidad los límites fronterizos como un mecanismo para frenarla. El 15 de abril de 1899, el presidente Ulises Heureaux (Lilís) se reunió en Puerto Plata con el ministro Dalbémar Jean Joseph con la finalidad de buscar una solución a las dificultades pendientes y a los eventuales escollos que generara el trazado de la línea fronteriza. Como resultado de este encuentro, se firmó la Convención de 1899, la cual quedó sin aprobación legislativa. Pero los flujos migratorios continuaron a inicios del siglo XX lo que suscitó protestas de los dominicanos.
En 1908, de conformidad con los términos de la Convención Domínico-Americana del año anterior, se instauró el servicio aduanero en todas las fronteras y. en 1910, ambos países establecieron el uso del pasaporte para el tránsito fronterizo. La expansión de la industria azucarera dominicana se convirtió en una fuente de atracción para los inmigrantes haitianos. En los años subsiguientes aumentó significativamente en el país la inmigración ilegal haitiana. En 1917 algunos propietarios de ingenios azucareros contrataban personas que se dedicaban a reclutar jornaleros haitianos para el corte de la caña. El considerable flujo ilegal de estos hacia la República Dominicana motivó diversas indagatorias de las autoridades militares norteamericanas.
Los jornaleros haitianos no solo laboraban en los ingenios azucareros, sino que participaban también en la recolección de café en las Cordilleras Central y Septentrional, así como en la construcción de obras de infraestructura como caminos y canales de riego en la Región Noroeste. Se han identificado varias fases en el movimiento migratorio haitiano hacia la República Dominicana. En la primera de ellas se verificó una “fuerte expansión entre los años inmediatamente anteriores a 1920 y la mitad de la década del 1930.” mientras en la segunda se constató “un brusco descenso desde fines de 1930 y durante la década de 1940”.
Evremont Carrié
Esta migración mostró una tendencia a la expansión en momentos de dinamismo económico y de contracción en épocas de recesión y, en tal sentido, siguió el mismo modelo de desplazamiento de la fuerza laboral a nivel internacional, aunque en el caso particular de este país, la contracción de la migración se vio afectada por la matanza de 1937. (Franc Báez Evertsz. Braceros haitianos en República Dominicana, 2da, edición. Santo Domingo, Instituto Dominicano de Investigaciones Sociales, 1986, p. 191. Según este autor, la cantidad de braceros expulsados de Cuba ascendía a 70,000). En el prolongado período depresivo de la industria azucarera, Cuba expulsó de manera coercitiva unos 30,000 haitianos, lo cual presionó aún más el ya precario mercado laboral de ese país. La población asentada en este dilatado espacio fronterizo dominicano, cuya extensión oscilaba entre 150 y 200 leguas, de acuerdo a los cálculos de Pedro Francisco Bonó, se desarrolló con niveles considerables de autonomía respecto al poder estatal. Su actividad económica fundamental se basaba en la producción de rubros agrícolas en pequeña escala que comercializaban en los mercados de la región.
Muchos campesinos dominicanos de los pueblos fronterizos también se desplazaban a la frontera a vender sus productos (tabaco, andullos, miel, cera, ganado vacuno, equino y caprino, gallos de pelea etc.) y a comprar bienes manufacturados de origen francés. La vida económica se sustentaba en el intercambio comercial, despectivamente llamado contrabando, cuyo medio de cambio era el gourde haitiano y el dólar norteamericano. Aunque resultaba difícil establecer la nacionalidad de este conglomerado, se sabía que una porción importante de ella estaba formada por dominicanos de origen es haitianos o rayanos de primera, segunda, tercera y hasta de cuarta generación, quienes eran bilingües pues hablaban tanto el castellano como el creol. Solo por el color de la piel se le podía tachar de haitianos, aunque en dicho espacio los haitianos y dominicanos disfrutaban del mismo estatus social. (Michiel Baud, “Una Frontera-Refugio: Dominicanos y Haitianos contra el Estado (1870-1930)”. Estudios Sociales, año XXVI, no. 92, p 42. Santo Domingo, abril-junio de 1993.
Un campesino dominicano de Manuel Bueno, Dajabón, describió el proceso de asentamiento de los haitianos:
“Cuando era un muchachón traficaban mucho los haitianos, los había propietarios, uno los veía trajeaos como los dominicanos, con sus corbatas, su caballo de silla, con sus chalinas volando. Se instalaban aquí, porque todo esto era montería. Desde el pie de la sierra venían los haitianos apoderándose de tierras, eran prietos, pero hablaban bien el dominicano”. (Ana Mitila Lora, “Las fosas cubiertas por el silencio” Listín Diario. Santo Domingo, 11 de octubre de 1999).
En la frontera domínico-haitiana no se verificaron conflictos por el uso de la tierra. Un Informe de 1922 sobre Dajabón, reveló dos modalidades en la ocupación de la tierra por parte de los haitianos. En la primera, simplemente se asentaban en una determinada porción de terreno y empezaban a cultivarlo. En la segunda, los codueños de terrenos comuneros les cedían cuadros de tierras, previo acuerdo mutuo. Para el autor del Informe esta última forma del uso de la tierra perjudicaba los intereses nacionales porque:
“Es claro que esa actitud de los condueños perjudica grandemente los intereses de la Nación, por cuanto se favorece de ese modo el estacionamiento de la agricultura en proporción a la intervención de los haitianos no como agricultores que conocen los principios científicos aplicables a este arte, sino como rutinarios que se concretan a cultivar a su manera diez tareas o más. Como son muchos, muchas son también las tierras nuestras pacíficamente ocupadas”. (Ramón Antonio Genao. “Informe Acerca de las Costumbres, Carácter, Religión, Lenguaje, Fiestas Típicas, etc., de los Habitantes del 34 Distrito Escolar, Comunes de Dajabón y Restauración”. En Emilio Rodríguez Demorizi. Lengua y Folklore de Santo Domingo. Santiago, Universidad Católica Madre y Maestra, 1975, p. 213). De acuerdo con el Informe, el 40% aproximadamente de la población de Dajabón era de nacionalidad haitiana, aunque es muy probable la existencia de una considerable proporción de dominicanos de origen haitiano, rayanos o dominicanos étnicos como los definió el historiador estadounidense Richard L. Turits, al poder ser identificados por el dominio del creol que tenía un amplio segmento de la población fronteriza:
“Es muy rara la persona de nacionalidad dominicana que no sabe hablar el “patuá”. Ello se explica: las relaciones comerciales que se sostienen con los haitianos, la afluencia constante de ellos a las regiones fronterizas dominicanas con el objeto de establecerse definitivamente, etc., son causas que determinan la propagación y arraigo del mencionado dialecto en el ánimo de los dominicanos”.(Ibídem, p. 219. Según el autor, el vudú era una fiesta haitiana “inmoral” prohibida en territorio dominicano pero celebrada furtivamente en algunas Secciones).
Los límites fronterizos
En 1933, el dictador Trujillo retomó el problema de la determinación de los límites contenidos en el Tratado de 1929, para lo cual adoptó diversas medidas tales como la instalación de colonias agrícolas con agricultores de tez blanca, y la construcción de obras de infraestructura como escuelas, canales de riego, iglesias, puentes, etc. Este programa coincidía con las ideas enarboladas por los intelectuales nacionalistas, la mayoría de los cuales se hallaban integrados al despotismo trujillista. El Artículo 24 de la Declaración de Principios del Partido Nacionalista, formulado el 28 de septiembre de 1924, proponía un criterio racista al abogar por el asentamiento de agricultores de raza blanca en la frontera y excluir a “los extranjeros de miseria y desesperación para prevenir la implantación de males sociales que no existen aquí”. (Américo Lugo. Obras Escogidas, tomo 3, Santo Domingo, Fundación Corripio, 1993, p. 222. Biblioteca de Clásicos Dominicanos, vol. XVI).
En coordinación con la Orden de los Jesuitas se implementó un amplio programa para contrarrestar la influencia del vudú en la frontera, se construyeron numerosas iglesias y se emprendió la divulgación de los principios del cristianismo, principalmente en las escuelas, cuyo número pasó de 70 a 250. Además, se promulgó una ley para restringir la inmigración de personas no caucásicas mediante el aumento excesivo de los derechos de entrada y permanencia en el país. En marzo de 1936, Trujillo logró zanjar definitivamente los problemas relativos a la delimitación de la frontera, luego de más de 2 siglos de disputas. Dos años antes de firmarse el Tratado Definitivo Fronterizo, el presidente haitiano Stenio Vincent expresó:“Yo tengo la absoluta certidumbre de que la vieja, la inútil, la enervante, la agotadora cuestión de las fronteras está muerta y enterrada para siempre, sin que haya ningún peligro de que renazca jamás de sus cenizas”. (Emilio A. Morel “La visita del Generalísimo” Alma Dominicana, año I, no. 3, p. 3. Santo Domingo, noviembre-diciembre de 1934. Esta edición de la revista, dirigida por el autor, se dedicó a resaltar a los héroes y los valores de la República de Haití).
Como parte de su acuerdo con el mandatario haitiano, que contemplaba apoyo mutuo para permanecer en el poder y el impedimento de que antitrujillistas residieran en el país vecino, Trujillo cedió un total de 660,000 tareas, las cuales pertenecían a la parte dominicana, y lo hizo con la finalidad de “estrechar los lazos de amistad entre los dos países y fomentar el espíritu de conciliación”. (Bernardo Vega Boyrie. Trujillo y Haití (1930-1937), volumen I, 2da. edición, Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1995, p. 230). En Haití se reemplazó el nombre a la avenida La Grand Rue por el de Avenue Président Trujillo, mientras que en el país se denominó Carretera Vincent al tramo comprendido entre Montecristi y Dajabón. Antes de firmar el Tratado, Trujillo se reunió con Vincent en Ounaminthe (Juana Méndez), visita a su vez que fue reciprocada por el mandatario haitiano al territorio dominicano. Durante su estadía en Puerto Príncipe en 1934, Trujillo repartió macutos repletos de provisiones alimenticias entre los pobres, distribuyó retratos suyos entre la multitud, besó la bandera haitiana y reconoció exultante su linaje haitiano, entre otras actividades propagandísticas.
Posible causas de la matanza
Hasta el momento, se desconocen las causas reales del genocidio o los motivos personales del dictador para emprender este sangriento episodio que dejó estupefactos a muchos historiadores, sobre todo, porque previo al hecho Trujillo desarrolló relaciones de cordialidad y de colaboración entre Haití y República Dominicana, además de no existir sobre el tapete ningún tipo de conflicto. Se han esbozados diversos elementos para explicar el sangriento hecho. El historiador Bernardo Vega Boyrtie postuló la certeza de que el blanqueamiento de la frontera fue uno de los móviles que tuvo el poder despótico para consumar la matanza. Para ello, se fundamentó en una variada documentación, entre ellas una comunicación, del 8 de octubre, del secretario de la Presidencia, Hernán Cruz Ayala, a su homólogo de Interior y Policía, sobre la restricción de la importación de braceros haitianos para la “protección de la raza”.
Del mismo modo, tomó como referencia un Informe del Departamento de Estado que contenía la respuesta dada por el Lic. José Ortega Frier al cuestionársele sobre la violencia contra los haitianos, según la cual “si no se hacía nada para frenar la infiltración de haitianos a través de la frontera, la porción dominicana de la isla se convertiría en negra en no más de tres generaciones”. También rechazó la inmigración de ingleses de las islas del Caribe. Además, fue uno de los intelectuales que respaldó la matanza y defendió a Trujillo contra los diplomáticos internacionales. (Ibidem, pp. 395-397).
Para Rubén Silié, con la matanza Trujillo pretendió “establecer nuevas reglas de juego frente a las autoridades haitianas y un nuevo símbolo de nacionalismo en la República Dominicana”. (Rubén Silié. “República Dominicana Atrapada en sus Percepciones Sobre Haití”. En Wilfredo Lozano (Editor). La Cuestión Haitiana en Santo Domingo. Santo Domingo, FLACSO, 1993, p. 173). Los sociólogos Franc Báez Evertsz (Franc Báez Evertsz. Braceros haitianos..., pp. 192-193) y José del Castillo Pichardo asociaron la brutal matanza a la depresión que afectó a la industria azucarera en la postrimería de la década de 1920 y al imperativo de restringir la inmigración haitiana. De hecho, en el país se emitió una Ley del Trabajo para dominicanizarlo, la cual consignó la obligatoriedad de contratar el 70% de los nacionales en los centros de trabajo. (José del Castillo Pichardo. Ensayos de Sociología Dominicana, Santo Domingo, Ediciones Siboney, 1981, p. 105). El también sociólogo Luis Fernando Tejeda, enunció una tesis muy controversial sobre la masacre de 1937, según la cual la misma:
“obedeció a un proceso de acumulación originaria que no era sino un aspecto de un proceso más general que se estaba dando en todo el país y que Trujillo llevó a extremos inauditos”. (Luis Fernando Tejada, “La Matanza de Haitianos y la Política de Dominicanización de la Frontera. Un Proceso de Acumulación Originaria”. Realidad Contemporánea, año II, no. 8-9. Santiago de Chile, 1979).
De acuerdo con el historiador Roberto Cassá, la misma obedeció a la necesidad del dictador de disponer de un poder absoluto. Aunque admitió que siguen siendo “oscuros” los motivos personales que tuvo el dictador para ordenar la matanza. (R. Cassá Bernaldo de Quirós. Historia Social y Económica de la República Dominicana, tomo II Santo Domingo, Editora Alfa y Omega, 1980, p. 254). Para el historiador estadounidense Richard L. Turits con el exterminio de la población haitiana y domínico-haitiana se procuraba delimitar la nación dominicana tanto geográfica como culturalmente y establecer una comunidad monoétnica.(Richard L. Turits. “Un Mundo Destruido, una Nación Impuesta: La Masacre de 1937 en la República Dominicana. Estudios Sociales, año XXXVI, no. 133 p. 81. Santo Domingo, julio-septiembre de 2003). Por la tesitura conciliatoria mostrada por Trujillo ante el pueblo haitiano, el historiador Jean Price Mars se mostró atónito a la hora de explicar las causas de la matanza:
“¿Qué había ocurrido? Nadie podía decirlo, y todavía hoy, fuera de un reducidísimo número de personas que han estado vinculadas a la génesis del abominable drama y que tienen todavía sobrada razón para guardar silencio, no hay quien conozca los entretelones de este siniestro episodio. (Jean Price Mars, La República de Haití y la República Dominicana. Aspectos de un Problema Geográfico y Etnográfico, tomo III. Puerto Príncipe, s/e, 1953, p. 216).
Frank Moya Pons, por ejemplo, expuso que “inspirado no se sabe por qué, Trujillo viajó a Dajabón a principios de octubre de 1937 y allí pronunció un discurso señalando que esa ocupación de los haitianos de las tierras fronterizas no debía continuar, ordenando luego que todos los haitianos que hubiera en el país fueran exterminados”. (25. Frank Moya Pons. Manual de Historia Dominicana, 15va. edición ampliada. Santo Domingo, Ediciones Librería Dominicana, 2013, p. 501). Las razones de la matanza aún no están muy claras, y si existió alguna, se la llevó Trujillo a la tumba”, aseguró el historiador Orlando Inoa. (Orlando Inoa. Azúcar, Árabes Cocolos..., p. 188).
Pero uno de los textos que dio la tónica sobre las causas reales de la matanza se encuentra en el improvisado discurso pronunciado por el dictador Trujillo en la Casa del Pueblo de Dajabón, el 2 de octubre de 1937, reconstruido por el Ejército, a los pocos días de haberse iniciado el ignominioso acontecimiento. En sus primeras palabras, Trujillo hizo referencia al recorrido realizado desde Bánica hasta Restauración, en compañía de estudiantes universitarios, y desde la Línea Noroeste hasta Santiago de los Caballeros, durante el cual pudo constatar:
“[...] las necesidades existentes, cuando los agricultores y ganaderos me declararon personalmente que sus labranzas y ganado se encontraban en deplorables condiciones por las frecuentes incursiones de robos que eran realizados por parte de los haitianos los cuales eran unos ladrones; porque, abusivamente i hasta con cierta habilidad se habían ido apropiando poco a poco de sus labranzas i de su ganado”. (Rafael L. Trujillo Molina. Fragmentos reconstruidos del patriótico y magistral discurso improvisado por el Generalísimo Honorable Señor Presidente de la República y Benefactor de la Patria, en la noche del día 2 del cursante mes en la Casa del Pueblo de la Común de Dajabón”. Archivo General de la Nación (en lo adelante AGN), Fondo Presidencia (en lo adelante FP), Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores (en lo adelante SRE), 1937-1938).
Ante la multitud allí congregada, Trujillo manifestó su extraordinaria “abnegación y sacrificio” al dejar abandonados “los difíciles problemas de Estado” y sus intereses personales a fin de garantizar a los habitantes fronterizos “vuestro ganado, vuestras labranzas, vuestras mujeres y vuestros hijos de los robos que estáis siendo víctimas de parte de los haitianos”. Y para suprimir “los abusos” de que eran víctimas los pobladores de la frontera, Trujillo declaró haber asumido la dirección del Ejército en el Cibao, garantizó la erradicación de los robos por parte de los haitianos y lanzó la mortal sentencia de que “morirá” todo aquel que intentara hacerlo, pagando de este modo su “osadía”.
Por esa razón, demandó de los fronterizos “lealtad” a sus tierras, a sus mujeres, a sus hogares y a su Patria. Por consiguiente, los habitantes de la frontera no debían albergar ningún temor pues no serían ni “molestados ni robados por los haitianos”, pues el Ejército (“esos hombres vestidos de amarillo que veis ahí”, dijo Trujillo en el discurso) protegería sus vidas e intereses, cuya actuación aseguraba y garantizaba el propio dictador. (Ibídem). De modo que este discurso arroja luz sobre las posibles motivaciones de la matanza y el rol desempeñado por el Ejército como instrumento designado para perpetrarla.
El discurso de Trujillo se complementó con un Oficio remitido por el coronel Manuel Emilio Castillo, comandante del Departamento Norte, al Jefe Militar de la 19a Compañía del Ejército, el cual por instrucciones de Trujillo, también envió al Secretario de Estado de la Presidencia junto con el reconstruido discurso del 2 de octubre, a fin de que la misma “quede debidamente informada de los sucesos que se están desarrollando en la línea fronteriza del Norte; y para que, en caso de alguna reclamación del Ministro Haitiano, esa Secretaría esté bien documentada”. En dicho texto se informaba que el Gobierno no toleraría:
“[...] el que se siga violando y pisoteando la frontera ni el territorio nacional por la invasión pacífica, y maliciosamente implantada hace tiempo, por los haitianos en perjuicio de los pacíficos agricultores y hacendados dominicanos, a quienes les están robando sus frutos y sus ganados. De conformidad con el Tratado intervenido entre esta República y la de Haití, debidamente aprobado por el Congreso Nacional, no puede ser violado el territorio nacional y esa voluntad recíproca de dicho contrato, que es un pacto de Derecho Internacional Público, porque tiene el carácter general y obligatorio de las leyes interiores, no puede destruirlo la voluntad de uno solo, mientras ella y la otra parte contratante no acuerden modificarlo, o un principio de Derecho Internacional donde queden rotas las relaciones diplomáticas con una declaración de guerra [...]. Todo atentado abusivo e improcedente, le costará, a quien osare pisotear el sagrado derecho de nuestra integridad, el precio de la vida”. (“Teniente Coronel Manuel Emilio Castillo. “Carta al Capitán José de Js. Rojas, Comandante de la 19a Compañía. Ciudad Trujillo, 4 de octubre de 1937, y también al Secretario de Estado de la Presidencia en la misma fecha”. AGN, FP, SER).
En los meses previos al exterminio, la dictadura arreció el apresamiento de haitianos que deambulaban por toda la zona norte y la frontera desprovistos de documentos de identidad, en violación a la Ley de Inmigración. Como resultado de esta operación, encomendada al general Fausto Caamaño, se repatriaron más de 8.000 haitianos para lo que se dispuso de una flotilla de camiones. (Bernardo Vega Boyrie. Los Estados Unidos y Trujillo. Colección de Documentos del Departamento de Estado de las Fuerzas Armadas Norteamericanas y de los Archivos del Palacio Nacional Dominicano (1930-1946, 1947), volumen I. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1982-1986, p. 306).
La ejecución de la matanza
Para la cristalización de la matanza se adoptaron algunos dispositivos particulares como el traslado a la frontera de tropas del Ejército procedentes de otros lugares del país, la asignación de sables, el reclutamiento de civiles y de convictos para integrarlos a la masacre, la impartición de instrucciones específicas sobre el delicado “servicio” y la advertencia de que debían guardar absoluta discreción. Asimismo, el coronel Castillo impartió instrucciones a los Comandantes del Ejército en Montecristi y Dajabón, para mantener la frontera casi cerrada, vigilar a todo extranjero que pisara territorio dominicano, controlar y vigilar a los sacerdotes, así como a los haitianos sobresalientes de la frontera, controlar la correspondencia de todos los pobladores y lograr que la justicia procediera en los eventuales encuentros. (“General Fausto Caamaño Medina. Carta a los Comandantes de la 4a y 19a Compañías del Ejército. Ciudad Trujillo, 16 de octubre de 1937”. AGN, Documentos del Ejecito Nacional, 1937).div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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La matanza se inició el 28 de septiembre de 1937 al sur de la Común de Dajabón, aunque se ejecutó con mayor intensidad a partir del 2 de octubre en las demás Comunes de la provincia de Montecristi. Otras poblaciones afectadas por la matanza fueron las de La Vega, Bonao, Puerto Plata y Samaná, áreas recién visitadas por Trujillo y en las cuales también recibió quejas de los robos. Se paralizó, el 8 de octubre, a raíz de la visita del ministro haitiano Evremon Carrié al presidente Trujillo. class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
Muchos de los civiles participantes en la matanza percibían salarios del Partido Dominicano, tenían asignada un arma de fuego y estaban acostumbrados a realizar “servicios” o encomiendas específicas para liquidar a los opositores del régimen. (Entrevista con Ramón Rodríguez, 28 de julio d 1995. Según este señor, después de la matanza, los haitianos apresados fueron llevados en vehículos del Ejército Nacional a la Cárcel de Montecristi, donde les tomaron fotografías con machetes y cuchillos en las manos, les formularon algunas preguntas y luego de varios meses en prisión los soltaron). Se asesinó a los haitianos errantes en los caminos, a campesinos, niños, mujeres, ancianos, jornaleros, pequeños comerciantes y agricultores, muchos de ellos nacidos en el país y otros que tenían varias décadas residiendo en el territorio dominicano y que, por lo tanto, no se podían calificar como inmigrantes temporales o estacionarios.
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La matanza se concentró en la Región Noroeste. En Mao, donde residía una importante población de haitianos y domínico-haitianos que laboraban en las plantaciones arroceras como jornaleros agrícolas, en el comercio y en labores artesanales, el siniestro grupo de asesinos asoló la población y se estima que asesinó unas 500 personas de piel oscura. En la memoria colectiva todavía perdura el nombre de ellos: Avelino, Silién, Desá, Llovelo Juan, etc. En algunos casos, los matones eliminaron a algunos dominicanos de piel oscura como Desiderio Disla, nativo de Las Matas de Santa Cruz, hecho que provocó la indignación de la población maeña y motivó el apresamiento de un conocido sicario al servicio de la dictadura.
Para sepultar los cadáveres se cavaron varias fosas, la más grande de ellas la construyeron a unos tres kilómetros al oeste de la ciudad, en un lugar donde hoy existe una plantación arrocera, conocido con el nombre de Los Muertos. En el barrio La Guarida (Carlos Daniel), también se construyeron fosas para enterrar los cuerpos de las víctimas. (Entrevista a Gregorio Almonte, 28 de marzo de 1995). La mesnada de asesinos respetó la vida de los haitianos que laboraban al servicio de la Hacienda Bogaert, de Mao, los cuales fueron llevados a Mao por el ingeniero Louis Libert Bogaert desde su finca de Jacagua, Santiago, cuando empezó a talar bosques para la siembra de arroz y otros rubros agrícolas.
Un caso particular fue el de la extensa Provincia de Montecristi, que comprendía las entonces comunes de Dajabón y Sabaneta, la cual resultó ser la más afectada porque en ella residía la mayor cantidad de haitianos y domínico-haitianos, sobre todo en su parte montañosa. Según el Censo de 1920, en la Provincia residían 10,972 haitianos, 5,779 hombres y 5,193 mujeres. (Gobierno de la Intervención Militar Norteamericana. Primer Censo Nacional de la República Dominicana, 1920, 2da. Edición. Santo Domingo, Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1975).
Estos humildes trabajadores fueron ultimados de manera inmisericorde por la pandilla de criminales con cuchillos, machetes, bayonetas y palos. Tanta sed de asesinar tenían los miembros del Ejército y los llamados reservistas que le acompañaban, que intentaron liquidar al único médico de la ciudad, el Dr. Felipe Guiteaux, graduado en París, quien llevaba décadas residiendo en la localidad. Solo la rápida intervención de las autoridades locales pudo impedir el crimen y lograr que les devolvieran los bienes pillados. (Rafael Darío Herrera, Montecristi. Entre campeches y bananos. Santo Domingo, Editora Búho, 2006, p. 73. Academia Dominicana de la Historia, vol. XXII).
La celeridad con que se iniciaron los hechos provocó desconcierto, terror, estupor, indignación y dolor, ya que la que la mayoría de ellos tenían décadas residiendo en la ciudad y otros nacidos allí, nunca habían visitado a Haití y, de acuerdo con la Constitución, les correspondía la nacionalidad dominicana. Los matones no discriminaron y asesinaron a niños, mujeres y ancianos, sin importar que portaran algún documento que los identificara como dominicanos; Actas de Bautismo, Cédulas Personal de Identidad y en casos minoritarios pasaportes.
En los primeros días de octubre, el Comandante del Ejército en Montecristi emitió una circular en la que solicitaba a los habitantes de la ciudad una relación de todos los haitianos a su servicio, muchos de los cuales fueron apresados y luego brutalmente asesinados con armas blancas y garrotes lanzando los cadáveres al mar. Únicamente la amplia solidaridad de los montecristeños, unidos con vínculos afectivos con esa indefensa población, pudo evitar que la población se bañara de sangre por completo, hecho que no pasó desapercibido para el Ejército ya que el Jefe Militar del pueblo remitió al Comandante del departamento Norte una relación de las personas que protegieron a los haitianos.
Estas fueron: Louis F. Green, norteamericano, condujo varias a sirvientas suyas hasta la frontera; Friederich Rudolf Grosshart, de nacionalidad alemana, socio de la Compañía Comercial (antigua Casa Jimenes), condujo a una joven hasta Santo Domingo; Rafael Menieur (Fello), escondió a varios en su casa; el exsíndico Arcadio Tavárez, protegió a uno que escondió en su casa; Arcadio Sánchez, diputado, tenía una sirvienta escondida e informó que se fugó de su casa donde la retenía para su deportación; y Juan Luis Álvarez, comerciante, les prestaba protección y ayuda para que se fugaran. También Yía Virgil, empleada de La Salina, ocultó a varios en su vivienda; Fonso Virgil, “tenía dos mujeres escondidas, y los haitianos le decían El Cónsul, pues se ocupaba de todos los asuntos que a ellos se les ofrecía con el pago de la inmigración”; Pablo Cambero, fungía como práctico de los haitianos; y Matilde Perelló, “tenía once escondidos en un subterráneo y cuando hubo un receso en las deportaciones los despachó a la frontera con el chofer Pablo Castillo”. (“Capitán José de Js. Rojas. Informe Confidencial del Comandante de la 19a Compañía del Ejército Nacional al Teniente Coronel Manuel Emilio Castillo sobre las personas que protegieron haitianos. Montecristi, 23 de noviembre de 1937”. AGN, FP, SER).
En la apacible Común de Sabaneta, la legión de matones también masacró a cientos de haitianos con largos años de residencia allí. El agricultor Adriano Rodríguez, de Mata de Jobo, Santiago Rodríguez, quien en el momento de la matanza tenía 35 años de edad, refirió que cuando se enteró de la matanza alertó a los haitianos que laboraban allí como jornaleros pero uno de ellos le restó importancia al consejo alegando poseer pasaporte y al siguiente día lo encontraron muerto. (37. Entrevista a Adriano Rodríguez, 2 de enero de 1995). Tradicionalmente, muchos campesinos de la localidad viajaban con regularidad a vender distintos bienes (andullos, árganas, macutos, serones, etc.) a las ferias fronterizas y la interacción con los haitianos les permitió incluso aprender el creol.
La funesta mesnada asesinó haitianos y domínico-haitianos en la mayoría de las comunidades rurales de Sabaneta. En El Fundo, Los Almácigos, Clime Jean declaró que el lunes 28 de septiembre de 1937 salió de su casa bien temprano y al retornar oteó desde un pequeño promontorio la presencia de los militares acompañados del práctico Antonio Pedro Román, nativo de El Pino. Luego de transcurridas unas tres horas, decidió acercase a la vivienda y describió el cuadro de horror con que se encontró:
“A unos doscientos metros de la casa encontré tirados por el suelo, unos cadáveres de mi familia, conté unos 18. Mi esposa de 40 años, mi suegro de 80 años, mi suegra de 80 años, mis hijas de 18 y 14 años, mi hija de 4 años, mi sobrino de 35 años (con 6 hijos); dos primas de 40 años y mi nuera con dos infantes. De mi familia solo queda mi hijo, quien escapó de la masacre porque pudo huir, y yo mismo, pues, por suerte, me encontraba ausente. Mi hijo se encuentra en un estado tal de depresión que corre el riesgo de perder la razón, ya que presenció, impotente, esta matanza sin poder socorrer a los suyos. (Bernardo Vega Boyrie. Los Estados Unidos y Trujillo (1930-1937), volumen I ..., p. 349).
Tanto en Villa Los Almácigos como en el poblado de Sabaneta, asesinaron a haitianos que llevaban largos años residiendo allí y solo unos pocos pudieron escapar. Entre lo que lograron hacerlo en Sabaneta se encontraba el conocido comerciante Rolando Beltrand quien viajó a Santiago junto al sacerdote Luis Fernández Ormachea en un automóvil propiedad de la Casa Comercial Tavares Sucesores donde permaneció varios días escondido y de ahí viajó a Cabo Haitiano en una caravana de camiones. El personaje era importante, pues Trujillo le preguntó al diputado Hidalgo sobre su paradero. El sanguinario sargento del Ejército Pío Villalona, su compadre, trató de liquidarlo y para tal propósito le remitió una carta a Cabo Haitiano con la falsa noticia de que su hijo Rolandito se hallaba gravemente enfermo para obligarlo a retornar y de este modo asesinarlo, pero Beltrand se percató a tiempo de la estratagema y no atendió al llamado de su asesino compadre. (39. “Andrés Nicolás Sosa. Carta al Lic. Víctor Garrido Puello, Secretario de Estado de Educación, 2 de diciembre de 1937”. AGN, FP, SRE. Los servicios de inteligencia incautaron toda la correspondencia de Beltrand a su esposa Francisca Reyes, quien permaneció al frente del negocio en Sabaneta. Garrido Puello solicitó a los funcionarios de Educación residentes en la frontera que le enviaran reportes sobre la misma).
Sin embargo, la matanza de haitianos tuvo como epicentro la Común de Dajabón y todos sus contornos, de ahí que no resultó casual la presencia de Trujillo allí en el inicio de la misma. En las franjas noroeste, sur y suroeste de la entonces Común, que colindaba con Elías Piña y ocupaba parte de la Cordillera Central, existían condiciones naturales para el cultivo de café, el establecimiento de conucos y la crianza libre de ganado. En este inmenso espacio con una extensión de 1,020.73 kilómetros cuadrados, convivían miles de haitianos y domínico- haitianos que concurrían dos veces a la semana a las ferias que se realizaban en Loma de Cabrera y Juana Méndez. El capitán David Carrasco, apodado el Capitán Ventarrón, se desempeñaba como jefe del Ejército en el momento de la matanza y empezó a eliminar haitianos desde Santiago Rodríguez. “En Sabana de Dajabón había tantos que tuvieron los dominicanos que portar garabatos grandes y largos, para ir aizando los mueitos pa daile candela”. (Ana Mitila Lora, “Las fosas cubiertas por el silencio...”).
Debido al accidentado relieve, para los miembros del Ejército poder ejecutar la matanza de los haitianos y domínico-haitianos residentes en esta extensa zona, debieron valerse de dominicanos conocedores del terreno o “prácticos” para localizar a las posibles víctimas en la parte alta de la Cordillera Central, donde solo se podía llegar en bestias de gran fortaleza física como los mulos. Aunque muchos haitianos abandonaron el área desde que se enteraron de la presencia de los asesinos, principalmente las mujeres y los niños, otros permanecieron aferrados a sus propiedades y se convirtieron en presas fáciles de los matones, al igual que los impotentes ancianos. A todo lo largo de la frontera norte los haitianos hicieron rutas de escape y cada vez que los guardias las descubrían se trasladaban a otra. Por ser una zona tan dilatada, los militares se vieron obligados a utilizar escopetas.
Ahora bien, la escalada criminal contra los haitianos y domínico-haitianos no terminó el 8 de octubre de 1937, pues en la madrugada del 21 de dicho mes, varios civiles o “sediciosos” embistió a un grupo de haitianos como de 70 entre hombres, mujeres y niños en marcha hacia Haití en el lugar denominado Carbonera, en la parte noroeste de la ciudad de Dajabón, los cuales antes de atacar a los haitianos cortaron las líneas telefónicas. Como saldo, quedaron seis haitianos heridos a los cuales los miembros del Ejército les dispensaron los auxilios médicos. De acuerdo con los haitianos, dice el documento, si el Ejército no hubiera antevenido los civiles los hubieran liquidado a todos. (41. “General Héctor B. Trujillo Molina, Jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional. Carta al Presidente Rafael L. Trujillo. Ciudad Trujillo 22 de octubre de 1937”. AGN, FP, SRE).
El 25 de noviembre, Enrique Jimenes transmitió una queja del ministro Leger sobre la entrada de nuevos heridos por la frontera y citó los casos de dos menores haitianos heridos de bala, un adulto con herida de puñal y otro herido en una pierna de nombre Arilus Prophete, en los alrededores de Loureveet y Bánica. Jimenes atribuyó este caso a que “hay muchos haitianos que tratan de regresar clandestinamente por la frontera ocasionando nuevos conflictos y que convendría evitar que estos haitianos cruzaran la frontera”. (“Enrique Jimenes, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Haití. Carta al Lic. Julio Ortega Frier, secretario de Estado de Relaciones Exteriores, 25 de noviembre de 1937”. AGN, FP, SRE).iv class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
En noviembre de 1938, el secretario de Relaciones Exteriores de Haití, León Laleau, se quejó ante Emilio García Godoy, por el asesinato, el 17 de octubre, de los haitianos Mustellus Saint-Amour, Ulmer Saint-Amour y Seniciens, en la sección Las Caobas de Santiago Rodríguez, acción ejecutada por el Ejército Dominicano. Solicitó la apertura de una investigación y recomendó a los miembros del Ejército apresar y entregar a las autoridades del vecino país a los haitianos que intentaran atravesar la frontera de forma ilegal. (“Emilio García Godoy, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Haití. Comunicación al Secretario de Estado de Relaciones Exteriores. Puerto Príncipe, 9 de noviembre de 1938. AGN, FP, SRE).
El capitán Porfirio Guerra negó el asesinato de los tres haitianos por no existir la comunidad de La Coueba, nombre mal escrito por el diplomático haitiano porque debió ser en Las Caobas, aunque sí admitió que apresó, encarceló y luego entregó al Cónsul de Haití en Dajabón, Ramsey Routier, a un grupo de 19 personas entre hombres, mujeres y niños cuyos nombres son propios de domínico-haitianos (“Capitán Porfirio Guerra, Comandante de la 4a Compañía del Ejército Nacional, con sede en Montecristi. Oficio al Jefe de Estado de Mayor, 23 de noviembre de 1938”. AGN, FP, SRE. Los nombres de los apresa- dos eran: Antonio Monción, Ángel María Monción, Vicente Sampeña, Bertilia Fermín, María Monción, Ramonita Díaz, Mercedes Díaz, Filomena Díaz, Altagracia Díaz, Marcelo Monción, Casimiro Díaz y Eliseo Taveras).
El exterminio de haitianos tuvo efectos deletéreos en la estructura familiar de la comunidad fronteriza binacional. Muchas familias dominicanas quedaron desarticuladas por el asesinato de varios de sus miembros porque los nacionales anos de piel oscura se vieron forzados a cruzar la frontera hacia Haití para evitar ser asesinados. Hubo muchos casos de haitianas, casadas con dominicanos, que atravesaron la frontera con sus hijos. Lo mismo sucedió con dominicanas casadas con haitianos, cuyos hijos también abandonaron el país y cuando intentaron retornar país, luego de la matanza, fueron devueltos o asesinados porque el único criterio utilizado para asesinar era el color oscuro de la piel.
En febrero de 1938, Emilia Batista, nacida en Santiago de la Cruz, Dajabón, hija del dominicano Alfredo Batista y de María Flerit, quien durante la matanza atravesó la frontera para salvar su vida, se presentó en el Cuartel del Ejército en Loma de Cabrera y fue entregada a su esposo Ramón Lora, con quien tuvo dos hijos, uno de 12 años y otro de 9.
Asimismo, se presentaron otros casos similares como el de María del Carmen Castro, nacida también en Santiago de la Cruz, hija de Alejandro Rubio y Fermina Castro, y concubina de José Rubio, residente en Cerro del Monte, con quien había procreado tres hijos, de 15, 13 y 9 años respectivamente, y le solicitó al capitán Mañé que le permitirá residir en la antes citada comunidad. Su condición de “completamente dominicana” la certificó el señor Ramón Jáquez y la avaló el Alcalde de Cerro Monte. Pero el caso más dramático fue el del dominicano Vidal Minaya, residente en la sección de El Castellar, Restauración, quien también solicitó autorización al Cónsul Dominicano en Dajabón para traer de Haití a su esposa, la domínico-haitiana, Primitilia Colá, quien también había salido huyendo, con la que tenia 9 hijos, de los que 5 cinco retornaron con ella.
Igualmente, a fines de marzo el capitán Mañé informó el retorno al país de los dominicanos José Rodríguez, Juan Tejada, Cecilia Núñez, Altagracia Núñez, Francisca Medina, Marcelina Julián y seis niños, “quienes declaran que se fueron porque eran negros y temían les fuera a suceder algo. Estas gentes son dominicanos, según informes que me han suministrado y yo los he despachado a sus respectivos hogares”. (“Capitán Arturo Mañé, Comandante de la 23a Compañía del Ejército Nacional. Informe al Jefe de Estado Mayor del Ejército Naciona,l no. 17. Loma de Cabrera, 24 de febrero, 11 y 28 de marzo de 1938”. AGN, Ejército Nacional, legajo 44, 1938). Este grupo pertenecía al de las personas que lograron sobrevivir a la matanza., Sin embargo, muchos otros domínico-haitianos no lo pudieron contar y cayeron abatidos en el suelo donde habían nacido, víctimas de las armas asesinas de los miembros del Ejército vestidos de civil, acompañados de asesinos asalariados.
En las declaraciones juradas de 26 personas dadas a las autoridades de Juana Méndez por haitianos que cruzaron la frontera al iniciarse la matanza, encontré que la mitad de ellos practicaban la agricultura, en tanto otros ejercían diversos oficios artesanales y domésticos. Seis de ellas llevaban 24, 22, 30, 32, 23, 15 y 17 años, respectivamente, residiendo en el país; es decir, no se trataba de personas con residencia temporal o en tránsito. El entonces canciller Julio Ortega Frier, cuestionó la nacionalidad de las víctimas asesinadas y admitió la condición de dominicanos de muchos de los asesinados en la región fronteriza. Consideró que a consecuencia de lo que eufemísticamente llamó “incidentes fronterizos” murieron algunas personas que “presumimos haitianas”. Pero dicha presunción podría resultar infundada pues:
En las declaraciones juradas de 26 personas dadas a las autoridades de Juana Méndez por haitianos que cruzaron la frontera al iniciarse la matanza, encontré que la mitad de ellos practicaban la agricultura, en tanto otros ejercían diversos oficios artesanales y domésticos. Seis de ellas llevaban 24, 22, 30, 32, 23, 15 y 17 años, respectivamente, residiendo en el país; es decir, no se trataba de personas con residencia temporal o en tránsito. El entonces canciller Julio Ortega Frier, cuestionó la nacionalidad de las víctimas asesinadas y admitió la condición de dominicanos de muchos de los asesinados en la región fronteriza.
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Consideró que a consecuencia de lo que eufemísticamente llamó “incidentes fronterizos” murieron algunas personas que “presumimos haitianas”. Pero dicha presunción podría resultar infundada pues:
“[...] ya que existen más de doscientos mil dominicanos que tienen las mismas características etnológicas de los haitianos: son de la misma raza, como proceden de las mismas familias ilegalmente establecidas en suelo dominicano, hablan la misma lengua, practican la misma religión, tienen las mismas costumbres y se mantienen en la misma miseria. El propio Gobierno Haitiano, al indicarnos en notas diplomáticas las personas que consideraba sacrificadas en suelo dominicano, casi invariablemente se refiere a individuos nacidos en la República Dominicana, lo que, conforme a nuestro Derecho, les confiere la nacionalidad. ¿Cómo, pues, vamos a declarar, sin comprobación, que los muertos eran haitianos?”. (José Israel Cuello. Documentos del Conflicto Domínico-Haitiano de 1937. Santo Domingo, Editora Taller, 1985, p. 51).
Un Informe realizado por el Ejército reveló el estado de desolación en que quedó la Común de Restauración a los pocos días de realizada la “limpieza de los elementos extraños que la habitaban”. Por tanto, el coronel Manuel E. Castillo, sugirió la:
“[...] perentoria necesidad que la Secretaría de Agricultura corra en auxilio inmediato para aprovechar los grandes cultivos de café, arroz, yuca, plátano, batatas, gandules, etc., que están a punto de ser cosechados, y que, de no tener pronta intervención, todos esos frutos se perderán. En mi opinión y por lo que pude apreciar en la inspección de los campos, aproximadamente la Común de Restauración tiene un área de más o menos 200,000 tareas de tierras cultivadas en pequeños y grandes conucos, además de tener sus propias rústicas viviendas en perfectas condiciones para ser habitadas inmediatamente”. (“Teniente Coronel Manuel Emilio Castillo, Comandante del Departamento Norte del Ejército Nacional. Informe al Honorable Señor Presdente de la República sobre la Común de Restauración en lo concerniente a la agricultura y otros datos. Santiago, 18 de octubre de 1937”. AGN, FP, SRE).
La cantidad de víctimas
El número de haitianos y domínico-haitianos asesinados ha sido una de las cuestiones más debatidas entre los historiadores dominicanos. De acuerdo con Virgilio Álvarez Pina en 1939, cuando los periodistas estadounidenses le preguntaron a Trujillo sobre la cantidad de haitianos sacrificados en 1937, este reflexionó antes de contestar y respondió: “No sé con exactitud cuántos fueron los haitianos que murieron en esa ocasión, pero de lo que estoy seguro es que fueron muchos menos que los mexicanos que fueron muertos en la frontera”. (48. Virgilio Álvarez Pina, La Era de Trujillo. Narraciones de don Cucho, Santo Domingo, Editora Corripio, 2008, pp. 73-74).
Algunos libros de reciente publicación como el de Richard L. Turits sitúan el número de muertos en 15,000, cifra que considero elevada por las siguientes razones. La Región Noroeste en la época de la matanza poseía una muy baja densidad demográfica y aún no se había desarrollado la agricultura comercial. Como los asesinatos se perpetraron principalmente con armas blancas es muy difícil que los guardias y reservistas pudieran asesinar un número tan considerable de seres humanos en un día, dada la dispersión de las viviendas, los conucos y lo extenso del terreno, aunque es posible que en los primeros días del exterminio sí lo lograran. Además, desde que se corrió la voz de lo que les estaba ocurriendo a los haitianos y dominico-haitianos se produjo una estampida masiva hacia el otro lado de la frontera. (Richard L, Turits. “Un Mundo Destruido, una Nación Impuesta. La Masacre Haitiana”...).
Para realizar los asesinatos en las zonas apartadas del río Masacre y priincipalmente en las áreas montañosas, se requerían buenos medios de transporte, provisiones alimenticias y personas conocedoras del terreno, todo esto sin contar con la agotadora faena que implicaba perseguir a las eventuales víctimas por espacios escarpados. Por consiguiente, considero correcta la cifra que oscila entre 4,000 y 6,000 asesinados que propuso el historiador Bernardo Vega Boyrie, quien hizo el más minucioso ejercicio cuantitativo para arribar a tal cantidad, basándose en las fuentes de mayor crédito y las menos subjetivas, principalmente las diplomáticas como la Legación Norteamericana en el país, la Cancillería Británica, el Agregado Militar Norteamericano, etc.
La reacción de Haití ante la masacre
En principio, el presidente haitiano Stenio Vincent se mostró perplejo; le informó al encargado de negocios de los Estados Unidos, Harold D. Finley, que se trataba de un pogromo y que La Garde haitiana mantenía una actitud pasiva, supuestamente para evitar un enfrentamiento con el Ejército Dominicano; además prohibió la publicación en la prensa haitiana de informaciones relativas a la matanza contra la población de su país. Llamó a su despacho al Lic. Enrique Jimenes y le entregó toda la información recibida de la frontera y este a su vez se la remitió al presidente Trujillo, quien la consideró “exagerada”. Entretanto, continuaban llegando al Presidente reportes de haitianos asesinados o heridos con armas blancas atendidos en los hospitales de Cabo Haitiano y Juana Méndez. (Bernardo Vega Boyrie. Trujillo y Haití, (1930-1937), volumen II, 2da. edición. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana.1995, p. 349).
El 8 de octubre, Evremenont Carrié, ministro de Haití en República Dominicana, se reunió con el presidente Trujillo, quien de inmediato ordenó el cese de la matanza. Y al mismo tiempo le transmitió las instrucciones recibidas de Vincent en las que demandaba realizar una investigación para establecer las responsabilidades de lugar, castigar a los responsables, indemnizar a las víctimas y a sus familiares, así como la reprobación espontánea del Gobierno Dominicano de lo ocurrido.
El ministro Carrié también remitió una Nota a la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores de la República Dominicana, en la que informó “que desde el día 2 de octubre en curso el Gobierno Haitiano está recibiendo informes de los Oficiales de la Guardia de Haití de puesto en Ounaminthe según las cuales algunos haitianos que habitan en la República Dominicana han retornado a Haití después de haber sido víctimas de los peores tratamientos”. Informó igualmente que tanto en el Hospital de Cabo Haitiano como en el de Ounaminthe “se halla una decena de heridos, hombres, mujeres y niños que presentan heridas terribles que, según ellos mismos, le han sido inferidas por miembros del Ejército Dominicano provistos de machetes”.(51. José Israel Cuello. Documentos de Conflicto Dominio-Haitiano..., p. 279).
El Gobierno Dominicano preparó muy bien su estrategia defensiva y la respuesta a la Nota de Evremont del 9 de octubre, que estuvo centrada en minimizar la horrenda matanza, al solo reconocer que:
“pequeños incidentes originados por la ejecución de la Ley de Inmigración que se está haciendo cumplir, de la manera más estricta, en todo el territorio nacional, y por las instrucciones que se han dado a las fuerzas armadas que prestan servicio en la frontera de impedir que los habitantes de aquella zona continúen siendo azotados por los continuos robos que ha mantenido últimamente aquella región en un estado de constante zozobra”. (Ibídem, p. 52).
El 15 de octubre, Evremont firmó un Comunicado, junto con el Lic. Joaquín Balaguer, secretario interino de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, en el que se aceptó que se calificara la matanza como un “incidente”. En el mismo, el Gobierno Dominicano reprobó “enérgicamente” los hechos y se comprometió a realizar una “investigación minuciosa” “para fijar las responsabilidades y aplicar las sanciones que fueran necesarias por el resultado de esa investigación”. Este Comunicado se convirtió en un elemento crucial en todas las negociaciones posteriores para la solución del conflicto y a él apeló la dictadura para eludir todas las responsabilidades. Carrié solicitó participar en la prometida investigación que realizaría el Gobierno Dominicano, pero maliciosamente se le informó que la misma era responsabilidad exclusiva de la justicia dominicana. (Ibídem, pp. 88-89).
A los 15 días de las atrocidades cometidas en la frontera contra campesinos y pequeños comerciantes haitianos y domínico-haitianos, en Haití se generaron convulsiones ante las cuales reaccionó Vincent. El 23 de octubre llamó al ministro Jimenes y le informó “que las agitaciones en todo el país son cada vez más intensas; que en Puerto Príncipe se estaba preparando una manifestación pública para el día siguiente (24 de octubre) pero que el Gobierno Haitiano la impediría”. (54. Joaquín Balaguer. Carta al Presidente Rafael L. Trujillo Molina. Ciudad Trujillo, 25 de octubre de 1937”. AGN, FP, SER).
Vincent temía que se realizaran enfrentamientos violentos entre el populacho y la policía. De hecho, como expresión de la indignación de la población, los manifestantes borraron el nombre de Trujillo de la avenida que llevaba su nombre. Jimenes advirtió gran preocupación en Vincent y le dijo que esperaba una carta de Trujillo que podía contribuir a “calmar la excitación del pueblo”. (Ibídem).
Preocupado por las insistentes denuncias publicadas en los periódicos y en voz de los manifestantes de que Trujillo pretendía dominar a Haití, éste le remitió una carta al Lic. Enrique Jimenes en cuyas líneas iniciales se mostraba “sorprendido” por lo ocurrido en la frontera y los reprobaba. No obstante, le preocupaba el esfuerzo emprendido por elementos enemigos de ambos Gobiernos con la finalidad de crear la división y el odio entre ambos pueblos, “cuyos fines ulteriores son perfectamente conocidos por mi Gobierno”; y negó que la formación de su “pequeño ejército” obedeciera al designio de conquistara a la República de Haití.
Le solicitó al ministro Jimenes acercarse al presidente Vincent y comunicarle que el incidente de la frontera no debía ser motivo de ruptura de las relaciones entre ambos gobernantes y países. Que protestaba contra la corriente de la opinión pública haitiana que lo consideraba una amenaza para “los sagrados derechos del pueblo haitiano, derechos que respeto y respetaré como el más patriota de los haitianos” y que jamás ha concebido en su mente “estúpidas ideas de conquista”. (“Presidente Rafael L. Trujillo Molina. Carta al Lic. Enrique Jimenes, Ministro Dominicano en Haití. Ciudad Trujillo, 21 de octubre de 1937”. AGN, FP, SER).
En su respuesta a la misiva enviada por Trujillo, por mediación del ministro Jimenes, el presidente Vincent agradeció los “altos sentimientos” de su “gran y buen amigo”, pero le recordó que se suponía que Trujillo se hallaba enterado por sus agentes oficiales de:
“[...] que los espíritus permanecen muy excitados en Haití, a consecuencia de los desgraciados acontecimientos sobrevenidos en territorio dominicano: [...], que si la publicación de su importante carta es susceptible de llevar algún apaciguamiento, es también mi deber de amigo hacerle conocer que ese apaciguamiento no será real más que cuando la investigación, como él ha querido darnos la seguridad, haya esclarecido los hechos y establecido las responsabilidades de los culpables para la aplicación de las sanciones y de las Reparaciones”. (“Presidente Stenio Vincent. Carta al Ministro de Haití en Ciudad Trujillo. Puerto Príncipe, 28 de octubre de 1937. Periódico Haití Journal, Puerto Príncipe, 3 de noviembre de 1937”. Traducida por la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores. La carta tenía la siguiente apostilla manuscrita: “Decirle a Jimenes que M. Carrié solicitó entrevista y no entregó la carta, que el Pte. se ha enterado por la prensa”. AGN, FP, SRE).
A las presiones de la prensa y de las enardecidas masas populares haitianas se sumó la Iglesia Católica. En todas las misas oficiadas en Haití se leyó una comunicación de Monseñor Canon Joseph Le Couaze, arzobispo de Puerto Príncipe, en la que se refirió a las “atrocidades contra millares de víctimas entre los pacíficos campesinos haitianos del otro lado de la frontera”. (“La Iglesia de Haití llora con sus hijos. Periódico Le Matín. Puerto Príncipe, 30 de noviembre de 1937”. AGN, FP, SRE.58). El prelado estableció un símil entra la masacre perpetrada contra miles de haitianos con el degüello ordenado por Herodes contra los niños inocentes de Belén, narrado en la remota Raquel del Evangelio.
La patria haitiana, dice el Arzobispo, lloraba de manera inconsolable la muerte de una multitud de sus hijos y sumía la conciencia de sus feligreses en el dolor, la angustia y la consternación. Aseveraba que dichos crímenes, condenados de manera explícita por la religión de Dios, con el mandato de “no matarás”, eran reprobados por la indignada opinión mundial bien informada. Rogaba “conmiseración” por los tan “inhumanamente pasados a la eternidad” y elevaba una plegaria a la Divina Providencia para el triunfo de manera indefectible de los mediadores diplomáticos, escogidos por los derechos de la nación haitiana. Pero además, solicitaba socorrer a los que aún vivían, así como a los innumerables y desgraciados rescatados.
Conforme a las palabras del arzobispo de Puerto Príncipe, las “tétricas descripciones” de la prensa haitiana reproducían la dolorosa realidad y ponían al desnudo la espantosa miseria en que se encontraban una gran cantidad de haitianos que pudieron escapar desvalidos de los mortales peligros que pendían sobre ellos. Por consiguiente, no había necesidad de suscitar la “fraternal piedad”, pues los hechos hablaban de manera conmovedora.
A pesar de la labor de las sociedades caritativas, de los periódicos y de las listas de suscripciones que circulaban, para el Arzobispo: se imponía “la piedad y el socorro” y ordenó una colecta a favor de los rescatados en las misas del domingo 5 de diciembre en Puerto Príncipe y el domingo 12 en todas las parroquias de provincias para distribuir lo colectado en las regiones que hospedaban a las víctimas.
Continuación del robo de ganado después de la matanza
Uno de los principales argumentos para ejecutar el exterminio de los haitianos y dominico-haitianos, eufemísticamente llamado “desalojo”, se basó en la práctica del abigeato por parte de los vecinos occidentales, motivo de la supuesta furia de Trujillo para emitir la orden para exterminarlos. Sin embargo, el robo de ganado continuaba en la frontera por el predominio del régimen de crianza libre y la inexistencia de fincas dotadas de cercas. Y lo más llamativo fue que la sustracción de ganado la realizaban tanto los haitianos como los dominicanos. El 26 de octubre de 1938, el general Héctor B. Trujillo se dirigió al Comandante de la 4a Compañía del Ejército con sede en Dajabón y le informó que en la frontera norte y cerca de la Común se estaban cometiendo robos de ganado vacuno y caballar y que los autores eran moradores de esos lugares, de nacionalidad dominicana y no haitiana, como este había estado informando. (“General Héctor B.Trujillo Molina, Jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional. Oficio al Comandante de la 4a Compañía del Ejército Nacional. Ciudad Trujillo, 26 de octubre de 1938”. AGN, Documentos del Ejército Nacional, 1938)./b>
Además, le instruyó conversar directamente con los agricultores y ganaderos de la localidad. A los pocos días, el capitán Porfirio Guerra remitió un Informe Confidencial en el que señaló lo desprotegida que se encontraba la frontera; que “la Compañía movible estacionada en Ounaminthe no está efectuando los servicios de patrulla a lo largo de la línea fronteriza”, razón por la cual la misma se hallaba “totalmente descubierta, es decir, sin ningún patrullaje”. (“Capitán Porfirio Guerra, Comandante de la 4a Compañía del Ejército Nacional con sede en Montecristi. Oficio al General Héctor B. Trujillo Molina. Jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional. Ciudad Trujllo,59 En este mismo documento, el Oficial informó que al capturar haitianos que se introducían en el territorio nacional, estos declaraban “descaradamente” y sin ninguna turbación “que prefieren que los maten en la República Dominicana, que morirse de hambre en su propio país”. (Ibídem).
El 3 de noviembre de 1938, el capitán Guerra interrogó a 12 de los principales ganaderos de la común de Dajabón. Los mismos admitieron que mantenían una parte de su ganado en fincas con solo dos cuerdas de alambre y otra parte que pastaba libremente en las sabanas, sobre todo en los períodos de estiaje. Según Augusto Cordero, uno de los ganaderos interrogados por el Ejército, antes de la matanza, cuando se le extraviaban reses las encontraba en Haití pero en estos momentos nunca las encuentra por el impedimento de cruzar la frontera. Declaró que le robaron ganado hacía como un mes y aseguró tener empleados dominicanos honrados y “también otros que han sido ladrones”.
Francisco Socías declaró que por el rumor público y por encontrarse las reses en La Vigía, a 2 o 3 kilómetros de la frontera, consideró que sus reses fueron robadas por dominicanos. El ganadero José Cepín declaró ser una víctima del abigeato y como una evidencia encontró una cuerda (lazo) de fabricación haitiana. En tanto, el ganadero Modesto Belliard respondió que desde hacía unos 5 a 6 años no se le extraviaba ganado, a pesar de tener su crianza en el sitio, es decir, al sabaneo, en las diversas planicies existentes en los alrededores de Dajabón. Y que cuando le robaban reses regularmente las encontraba del otro lado de la frontera. (62. Interrogatorio a ganaderos de Dajabón. Dajabón, 3 de noviembre de 1938. AGN, Documentos del Ejército Nacional, 1938).
Como resultado de sus indagaciones, el 9 de noviembre, el capitán Guerra confeccionó un detallado y bien documentado Informe, que debió haberse elaborado antes de la matanza, que envió al general Héctor B. Trujillo (Negro), en el cual describió el patrón de crianza de ganado predominante en la frontera al que tildaba de rústico e inadecuado, sin “una franca y determinada orientación en la conservación y seguridad de sus propios intereses”. (“Capitán Porfirio Guerra, Comandante de la 4a Compañía del Ejército Nacional con sede en Montecristi. Informe Confidencial al General Héctor B. Trujillo Molina, Jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional. Montecristi, 9 de noviembre de 1938”. AGN, Documentos del Ejército Nacional).
Observó que una parte de las propiedades de los ganaderos se hallaban a menos de 3 kilómetros de distancia de la frontera, y en las otras sus límites eran la propia frontera y por ende resultaban inseguras para los intereses de los hacendados. En los períodos de estiaje, en el que disminuían significativamente los pastos, y sin peones suficientes para pastorear el ganado, sus propietarios lo soltaban en los sitios comuneros, es decir, en las inmensas planicies existentes en Dajabón, “las cuales se hayan [sic] en su totalidad a muy poca distancia de la frontera internacional y muchos de ellos, de acuerdo con la demarcación de la línea fronteriza, se extienden más allá del río Masacre”.(Ibídem).
Con las frecuentes sequías, características de la Línea Noroeste, disminuían también los sitios para abrevar el ganado, lo cual lo obligaba a bajar al río Masacre y las reses al divisar abundantes pastos en territorio el haitiano, se desplazaban libremente hacia aquel lado. Por esa razón muchas cabezas de ganado sin vigilancia no regresaban a su lugar original, lo que el capitán Guerra atribuía a la escasez de personal para custodiarlas. Esta situación no solo se presentaba con los ganaderos nacionales y para fundamentar esta afirmación, el capitán Guerra depositó en el Ayuntamiento una Certificación levantada en Dajabón, en la cual hacía entrega a las autoridades comunales de 11 reses de dueños desconocidos y de procedencia haitiana, localizadas en la Sección de Cañongo.
En su ponderado Informe, el capitán Guerra explicó que “todas las fincas se encuentran absolutamente abandonadas y expuestos sus intereses a ser dilapidados”, lo cual no sucedía por la permanente vigilancia de las patrullas del Ejército. Señaló que:
“Tan extremada es la vigilancia en toda mi demarcación de un tiempo a esta parte, que algunos de los declarantes aseguran que las patrullas casi viven en los predios circunvecinos a sus propiedades, toda vez que no han dejado de verlas nunca”.
Igualmente, enfatizó que desde hacía diez meses los ganaderos no eran víctimas de robos de animales y que estos se sucedían con mayor frecuencia cuando los haitianos convivían en el territorio nacional, es decir, antes de su “desalojo” y de haberse redoblado la vigilancia. Esta vigilancia era tan extrema en la frontera que Tiyén Toreau, quien ignoraba su edad y fue uno de los haitianos que abandonó abruptamente el territorio nacional para evitar que lo asesinaran, al ser interrogado en relación con un crimen cometido por miembros del Ejército en territorio haitiano, declaró que:
“estos dominicanos están colocados en la frontera por su Gobierno para asesinar a todos los haitianos que se encuentren en su camino; por lo tanto, yo considero que no importa a qué hora o en qué circunstancia ellos pueden matar a los haitianos, a quienes ellos consideran como bestias”. (Interrogatorio a TiyénToreau, 3 de noviembre de 1938, AGN. Documentos del Ejercito Nacional, 1938).
Sin embargo, los ganaderos insistían en que los cuatreros azotaban a los criadores fronterizos, y a mediados de noviembre dos de ellos, Nebot y Cordero, de Dajabón, se entrevistaron con Trujillo y le informaron que el Destacamento del Ejército de Dajabón poseía los nombres de los dominicanos que se dedicaban al robo de ganado a la que adicionaron otros nombres. Trujillo ordenó que se actuara con rigor contra los mismos y que los expulsara de la Provincia de Montecristi con la finalidad de “devolver la tranquilidad y confianza a los ganaderos de esa provincia que hoy ven amenazados sus intereses por el cuatrerismo”. (“J. M. Bonetti Burgos. Carta al General Héctor B. Trujillo Molina, Jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional, Ciudad Trujillo, 16 de diciembre de 1938”. AGN, FP, SER).
Finalmente, el 2 de diciembre fueron expulsados de la Provincia de Montecristi un total de 28 dominicanos que se dedicaban al robo de ganado en la región fronteriza. Un Informe del primer teniente Julio Simón aseguró que se había reducido el abigeato después de haberse implantado las contundentes medidas y que:
“Ya se nota el efecto de la sabia disposición del Generalísimo de proceder drásticamente con los delincuentes de esta región, pues los robos de ganado, han disminuido al extremo de que en el tiempo que llevo en el Comando de este Destacamento no se ha registrado ninguno. Los individuos que me fueron señalados como cuatreros por los señores Nebot y Cordero, se encuentran todos fuera de esta región”. (Primer Teniente Julio Simón. Informe al Capitán Porfirio Guerra, Comandante de la 4a Compañía del Ejército Nacional. Dajabón, 5 de diciembre de 1938”. AGN, Documentos del Ejecito Nacional, 1938).
Papel del Ejército en la matanza.
Una de las actuaciones más oscuras y deleznable en los anales del Ejército Dominicano lo representa su participación en la matanza de 1937, ordenada por su Jefe, el dictador Rafael L. Trujillo. Conforme a los múltiples testimonios orales recopilados, la actuación de los guardias resultó problemática pues muchos de ellos tuvieron que embriagarse para acometer la difícil empresa asignada y a los que se negaron, sencillamente los encarcelaron o fusilaron en el acto. A pesar de que se les requirió absoluta discreción, algunos de ellos se regocijaban narrando todas las tropelías cometidas durante el período de la matanza. Y lo que es peor aún, desvalijaron de la manera más burda a los haitianos masacrados. Se apropiaron de sus viviendas, ganado, dinero, bestias caballares, violaron mujeres y niñas, cercenaron dedos y orejas para apropiarse de sus alhajas, saquearon sus negocios y cargaron con todos los objetos de valor, etc.
“Ellos no se pueden conformar con que el Gobierno Haitiano haya puesto en práctica la maniobra política de atribuir al Ejército nuestra participación en los incidentes de octubre y tratar con esta calumnia de unificar la opinión de Haití, evitando de esta manera la revolución que todos los que vienen de allá dicen que se le está formando a Vincent. El Ejército considera que a usted se le ha insultado y que con las declaraciones de Leger se ha ultrajado el honor del Ejército Dominicano y que este debe hacerle sentir enseguida a los haitianos que esto no se puede hacer impunemente. Estos jóvenes de la oficialidad, usted los conoce mejor que yo puesto que son sus hijos y como tales lo respetan y lo quieren, están muy inconformes. Dicen que basta de diplomacia. Lo que quieren es acción [sic]”. (“General José Estrella, Delegado del Gobierno en el Gibao. Carta al Presidente Rafael L. Trujillo Molina. Santiago, 13 de noviembre de 1937” AGN, FP. SRE, 1937-1938. El subrayado aparece en el original).
En los párrafos finales de la misiva, el general Estrella le informó su Jefe los esfuerzos que hizo entre los Oficiales para tratar de contener sus ímpetus, incluido el coronel Manuel Emilio Castillo, quien se hallaba tan “exasperado” como los Oficiales bajo su mando. Dichos Oficiales le informaron a Estrella que no habían presentado su renuncia y asumido “responsabilidades” en la frontera por el respeto a Trujillo. Para el general Estrella la situación era muy “delicada” y requería prestarle “la mayor atención” de manera inmediata, pues ya bastaba de “contemplaciones con esa gente que nos está calumniando y ultrajando sin respeto y sin razón”. Por último, el general Estrella puso su cargo a disposición de Trujillo para no comprometer al Gobierno en las acciones que pudiera asumir.(Ibídem).
Cinco días después de remitida esta carta, es decir, el 18 de noviembre de 1937, apareció la renuncia de todos los Oficiales del Ejército que se hallaban en el Departamento Norte, probablemente solicitada por Trujillo, pues ningún miembro de ese cuerpo osaba renunciarle. De modo que la dimisión se podría interpretar en dos sentidos, como producto de la desazón al interior de este aparato represivo o como un mecanismo de resguardo utilizado por Trujillo ante una eventual complicación como producto de la matanza. Dicha carta decía:
“Por las razones poderosas i que atañen a nuestro honor como caballeros y al honor del Ejército que es para nosotros tan precioso como nuestras propias vidas, expresadas a Ud. en su carta del día 15 por el Teniente Coronel Castillo quien fue en esa ocasión nuestro portavoz, i con el propósito de asumir personalmente i por nuestra propia cuenta, las responsabilidades que procedan, los suscritos, Oficiales del Ejército Nacional, tienen el honor de presentar a V. E., las renuncias de los cargos que actualmente ocupan en el dicho Ejército Nacional, renuncias efectivas a partir de su aceptación por el Poder Ejecutivo”. (La carta al Presidente Trujillo, fechada el 18 de noviembre de 1938, la encabezaban el Teniente Coronel Manuel Emilio Castillo, Comandante del Departamento Norte, el ejecutor de la matanza, Mayor Manuel de Js. Checo, Inspector de este Departamento, los Comandantes de Compañías Capitanes Manuel R. Perdomo, Rafael E. Pichardo, José de Js. Rojas, David Carrasco, Arturo Mañé P., Luis E. Feliz, Carlos Mota, Rafael A. González, Tomás Flores, Gustavo N. Bisonó y Pedro Andújar, y más de 41 Tenientes y un Cadete, todos del Ejército Nacional.
En abril de 1938, al ser interrogado el teniente coronel Manuel E. Castillo sobre la actuación de los Oficiales del Ejército que prestaban servicios en el Departamento Norte en el momento de la matanza de haitianos y domínico -haitianos, declaró sentirse “apenado” por la cancelación de dichos Oficiales pues los había “sobre advertido” sobre cualquier actuación “en perjuicio de la institución, del Gobierno “y de la conducta que debía observar todo caballero Oficial. Expresó este alto Oficial:
En varias ocasiones advertí a los Oficiales Comandantes, Capitanes Rojas, Carrasco, como al Capitán Mañé, que evitaran por todos los medios de que casas en Dajabón, en Monte Cristy y Restauración, así como el ganado, parcelas de terreno, propiedades de ciudadanos haitianos, fueran irrespetadas, y si algunas de ellas estaban ya ocupadas, que ordenaran ellos el desalojo. Recuerdo que cuando esta orden fue dada al Capitán Carrasco, en la oficina de la 4a Compañía, en Dajabón, este llamó al Sargento Zapata y le transmitió la misma orden para el Oficial del Día, e inmediatamente, y ya en la noche, los alistados que vivían esas casas propiedad de ciudadanos haitianos, las desocuparon”.(“Interrogatorio al Teniente Coronel del Ejército Nacional, Manuel Emilio Castillo, M. M., en relación con los hechos ocurridos en la frontera domínico-haitiana, por el Coronel Fernando A. Sánchez, M. M. y el Mayor Carlos Gatón Richiez, del Ejército Nacional, el 22 de abril de 1938”. AGN, FP, SER).
El teniente coronel Castillo defendió su actuación respecto a la burda depredación de los bienes de los haitianos asesinados. Sobre el ganado abandonado, que sumaban 400 o 500 cabezas, explicó que ordenó a sus Oficiales subalternos entregar las mismas a los colonos recién llegados y a los que llevaban muchos años residiendo allí. También refirió haber obligado al sargento Acosta a devolver el valor de $150.00 por una casa vendida al comerciante Lleyo Rosario en El Mamey, propiedad de un haitiano.
Consideró “justo” el castigo infligido con la cancelación de los nombramientos de los Oficiales por la conducta observada durante la matanza, pues los delitos fueron cometidos a espaldas suyas y sin su conocimiento. Los Oficiales que practicaron el interrogaron añadieron que además de “las actuaciones de algunos Oficiales y alistados en la venta de ganado, terrenos, etc., ha quedado comprobado que los mismos cometieron indiscreciones y actuaron de manera censurable, por no decir vil en ciertos aspectos que se les encomendaron”.(Ibídem).
En otra parte del interrogatorio, el teniente coronel Castillo respondió hallarse al tanto “de que tales cosas indignas para el Ejército estaban sucediendo” pues ya el propio Trujillo se lo había informado, ante lo cual procedió a reunir a los Oficiales y alistados de las Compañías 4a y 19a de Dajabón y Montecristi, respectivamente, y les advirtió sobre:
“el crimen de traición que se cometía divulgando los secretos del servicio, pues tales secretos no podían hablarse ni siquiera entre compañeros. Estas advertencias fueron hechas en más de dos ocasiones, y yo, como Oficial, no podía dudar de la lealtad de Oficiales y soldados”. (Ibídem).
La mediación diplomática
Luego de haber transcurrido un mes de los sanguinarios hechos fronterizos, y sin que se conocieran los resultados de la prometida investigación de Trujillo, el presidente Vincent solicitó la intervención de los presidentes de Estados Unidos, Cuba y México. Informó el mandatario haitiano al presidente de los Estados Unidos que:
“Esta investigación, hasta ahora unilateral, debido a la poca confianza que ella inspira en la opinión pública haitiana, mantiene viva aquí la excitación de las mentes, ya perturbadas por la naturaleza de los hechos, que hay motivos para temer que la lentitud con que esta investigación se está llevando a cabo pueda dar lugar a nuevas y peligrosas complicaciones”. (“Presidente Stenio Vincent. Carta al Presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosvelt. Puerto Príncipe, 12 de octubre de 1937”. En José Israel Cuello. Documentos del Conflicto Dominico-Haitiano..., pp. 90-91).
Sin embargo, Trujillo y su burocracia se negaron reiteradamente a reconocer el carácter internacional del conflicto, invocando siempre el Comunicado del 15 de octubre y rechazando la mediación. Finalmente, a fines de diciembre, el Gobierno Dominicano solicitó una transacción directa con el Gobierno Haitiano en la cual intervino el Nuncio Apostólico Maurilio Silvani. Según Julio Ortega Frier, Trujillo se hallaba dominado por algunas aprensiones que lo impulsaron a finalizar el conflicto como su amistad con el presidente Vincent, ante su temor de que se complicaran aún más la situación política interna de Haití, su preocupación por una revolución de los negros y su interés en mantener la “disciplina social en la isla”. (José Israel Cuello, Documentos del Conflicto Dominico-Haitiano..., p. 276). Además de esto, Sumner Welles, subsecretario del Departamento de Estado de los Estados Unidos, informó a los diplomáticos dominicanos que el incidente con Haití le había hecho mucho daño a la República Dominicana en el plano internacional por lo que los instaba a resolverlo lo más rápido posible.
En el Acuerdo entre los Plenipotenciarios de la República Dominicana y Haití, el Gobierno Dominicano no reconoció ninguna responsabilidad a cargo del Estado Dominicano y se atuvo a las dudosas e inconclusas investigaciones judiciales. El Gobierno Dominicano se comprometió a entregar $750,000.00 dólares para indemnizar a las víctimas y a sus familiares, así como a las personas de nacionalidad haitiana que, reintegradas al territorio haitiano, hubieran sido perjudicadas por los sucesos de octubre de 1937. De esta suma, el dictador entregó de inmediato $250,000.00 dólares y luego, mediante una transacción, $275,000.00 dólares más, pero nunca llegó a saldar la suma acordada inicialmente.>
El Artículo Séptimo del Acuerdo estipulaba que las personas de nacionalidad haitiana que hubieran retornado a su territorio “no serán consideradas por ese retorno como habiendo renunciado a ningún derecho sobre los bienes inmuebles que tuvieron en la República Dominicana”. El Acuerdo, que ampliamente fue beneficioso para Trujillo, “liquida y termina, definitivamente, por vía transaccional, cualquier clase de reclamación del Gobierno Haitiano o de personas de nacionalidad haitiana contra el Gobierno dominicano o contra personas de nacionalidad dominicana”. (Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores. Boletín Oficial, volumen 4, No. 2, pp. 7-11. Ciudad Trujillo, 31 de enero de 1938).
Justificación de la matanza
A los intelectuales dominicanos integrados al despotismo trujillista les correspondió la innoble tarea de legitimar la trágica matanza de 1937. Sobre la base de un nacionalismo mixtificado, el perfil nacional se definió como opuesto al haitiano. El esfuerzo se orientó a definir las esencias nacionales (blancura, hispanidad y catolicismo) como contrapuestas a la haitiana. En tal directriz, la frontera adquirió un significado particular en la medida en que representaba una barrera social, étnica, económica y religiosa absolutamente infranqueable para evitar la contaminación de la nación dominicana, católica y cristiana, de componentes ajenos a su naturaleza y constitución por una:
“raza netamente africana, de sujetos carentes de medios permanentes de subsistencia, mal alimentado y peor vestido, inficionado de vicios numerosos y capitales, tarado por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas”. (Manuel Arturo Peña Batlle. “El Sentido de una Política”. Discurso pronunciado en Elías Piña. Periódico La Nación. Ciudad Trujillo, 16 de noviembre de 1942”. En José Israel Cuello. Documentos del Conflicto Dominico-Haitiano..., p. 501).
A partir de la matanza, se construyó una imagen de Trujillo como el salvador de la nacionalidad dominicana, de indiscutido origen hispánico, de la influencia haitiana. En este nuevo nacionalismo se omitió el componente africano y popular en la nación dominicana, y el dominicano católico e hispano apareció superior al enemigo: el haitiano.
Para Manuel A. Peña Batlle, los haitianos no debían “alarmarse” si al fin los dominicanos, bajo el impulso de un hombre decidido como Trujillo, “sacudimos una actitud impropia” como fue la matanza. Tampoco debía haber “sentimiento de humanidad, ni razón política, ni conveniencia circunstancial” que pudiera obligar con indiferencia la penetración haitiana al territorio dominicano. Y no se trataba de migrantes de la élite social, intelectual y económica del pueblo haitiano, sino de un migrante “indeseable”, de raza netamente africana, mal alimentado y peor vestido, débil, aunque muy prolífico por su bajo nivel de vida, inficionado de vicios numerosos y capitales y necesariamente tarado por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas en los bajos fondos de la sociedad haitiana. Según Peña Battle, el culto popular haitiano llamado vudú también representaba una amenaza para la nación católica, cristiana y de acendradas raíces hispánicas que era el pueblo dominicano. Este no era más que una “psiconeurosis racial de orden religioso” y una “supervivencia del fetichismo y del animismo africano”. (Ibídem).
De modo que la matanza de haitianos formó parte del esfuerzo civilizador de la dictadura de Trujillo para reincorporar la población dominicana a su genuino origen cristiano e hispánico que se había “desfigurado profundamente durante largo tiempo por el contacto con las “desatendidas y mostrencas tierras de contacto”.80 El dictador, empero, hizo caso omiso de las tres propuestas de la intelectualidad para desalojar de manera pacífica a la población asentada en la frontera y adoptó una solución brutal para ejercer un control político de la zona fronteriza, sustentado precisamente en quienes alegaban la desnacionalización creciente de la misma y el robo de ganado por parte de los haitianos. (Ibídem).
Con esa actitud, Trujillo se propuso intimidar a los pobladores dominicanos y haitianos de la región fronteriza y, de hecho, lo logró. Durante todo el resto de los años de vida del dictador, esa cruel matanza mantuvo a la población haitiana aterrorizada y alejada de la línea fronteriza, y a la inmigración de braceros para las zafras azucareras estrictamente controladas. También, y más desgraciadamente importante, abrió un profundo abismo entre los dos pueblos que comparten esta isla de Santo Domingo hasta nuestros días.
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A ver cómo me suscribo. No veo dónde.
ResponderBorrarGracias, Darío.